La astracanada organizada por Vox en el Congreso a lomos de Ramón Tamames provocó la esperada sobreactuación de la bancada gubernamental.
Por más que el viejo economista leyera a Pedro Sánchez una tediosa relación de los desatinos socialcomunistas de las últimas legislaturas, ello no hacía sino estimular la libido del presidente, siempre dispuesto a una jornada de autocomplacencia, con o sin público.
Si Sánchez fuera un actor porno -Dios no lo permita-, su especialidad residiría en maratonianas sesiones onanistas frente al espejo. La de ayer se alargó 173 minutos, algo que tritura los registros de las leyendas del género. Pero, para hablar de sí mismo, el madrileño estará siempre preparado, especialmente si el guión no exige decir una sola verdad, como acredita la hora y cuarenta minutos de su primer envite, lo que lo sitúa a rebufo de otros celebrados caudillos de la izquierda como Kim Jong-Un o Fidel Castro.
Y era hasta previsible que la insufrible voz pijo-nasal de Yolanda Díaz inundara también la Cámara aprovechando tan magna ocasión para presentarse a sí misma como heredera fashion del políticamente difunto Pablo Iglesias y socia pluscuampreferente del adonis madrileño por antonomasia. Tanto monta, monta tanto, Yolanda como Pedro. Menuda conjunción astral, ni la coexistencia cronológica de Zapatero con Obama consiguió alterar tanto el orden cósmico como la nueva pareja del año.
Que, a poco más de dos meses para la próxima cita electoral, el segundo partido de la oposición te brinde semejante oportunidad es un inesperado regalo que, por supuesto, el PSOE no podía despreciar. Hace falta ser políticamente ingenuo para no haber previsto el gran favor que Vox le hacía al gobierno Frankenstein con esta moción de censura.
Resulta del todo irrelevante que un bienintencionado Tamames estuviera del lado de la verdad y que Sánchez, como en él es habitual, se refocilara en el cieno del embuste más descarado. A Sánchez se le recordaron incluso sus loas a un criminal y traidor a su patria como fue Francisco Largo Caballero, algo que a Sánchez le patinó como su eficiente crema anti-aging.
¿Qué esperaban Abascal y compañía, que Sánchez se ruborizara ante la verdad?, nadie en su sano juicio lo esperaría.
España necesita, quién lo duda, una alternativa de gobierno; pero frente a los desafíos a la democracia de esta izquierda autocrática y sin escrúpulo ni moral alguna, no cabe el adanismo de esperar su conversión a la razón por la vía argumental, y menos usando como apóstol a Ramón Tamames.
Vox cometió ayer el mayor de sus errores políticos. Esperemos, sin embargo, que ello no frustre un cambio tan perentorio como el que se espera el próximo 28 de mayo en toda España.
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