En estas últimas semanas una oleada de protestas populares se está extendiendo por Europa, consecuencia de la crisis económica y el proceso de debilitamiento de los pilares del estado del bienestar, que es la más grande de las invenciones europeas en materia social y lo que nos diferencia del resto del mundo.
En España hay manifestaciones en varias comunidades autónomas de enseñantes y sanitarios, en Francia manifestaciones masivas contra la elevación de la edad de jubilación, en Portugal también protestan enseñantes, sanitarios y ferroviarios, en Italia y Alemania ha habido protestas por el encarecimiento de la energía y en el Reino Unido protestas y huelgas masivas de la casi práctica totalidad de los sectores productivos y de los servicios del estado. También ha habido muchas protestas contra la carestía de la vivienda, sobre todo en algunas regiones y ciudades que están muy afectadas por este problema, como nuestras propias Illes Balears, en especial Eivissa y Palma, como bien sabemos y padecemos los residentes.
La causa última de todo este malestar social es la crisis económica que nos afecta desde 2008. Y cuando parecía que íbamos saliendo llegó el parón brutal provocado por la pandemia de covid 19. Y cuando parecía que nos podíamos recuperar llegó la invasión de Ucrania, el encarecimiento de la energía, la subida desbocada de la inflación y, como consecuencia, el encarecimiento del precio del dinero por parte del Banco Central Europeo y el subsiguiente incremento de los tipos de interés y, por tanto, de las hipotecas y los préstamos. Y en esas estamos ahora mismo.
El pecado original se cometió por parte de la Unión Europea en la crisis de 2008, en la que se impuso a los países un régimen draconiano de austeridad, que derivó en recortes generalizados en los presupuestos, lo que tensionó toda la estructura de los servicios públicos de sanidad, enseñanza, atención a la dependencia y pensiones, es decir, los pilares básicos del estado del bienestar. También supuso una crisis de grandes proporciones en la construcción de viviendas, lo que generó escasez de disponibilidad habitacional y el inevitable encarecimiento de los precios de alquiler y venta, en especial en las grandes ciudades, muchos de cuyos habitantes han sido centrifugados hacia las periferias de las áreas metropolitanas por la gentrificación de los centros y barrios más privilegiados, así como se hace imposible la emancipación de los jóvenes, en este caso por una perversa combinación de trabajos precarios, salarios miserables y precios desorbitados de la vivienda.
Aunque es cierto que la receta de la UE ante la crisis actual que comienza con la pandemia ha sido todo lo contrario: créditos a los países, muchos a fondo perdido, para poder sostener el empleo mediante el instrumento de los ERTE, ayudas a las pequeñas y medianas empresas, autónomos, agricultores, etc., lo que ha permitido a nuestras economías sobrevivir a la covid 19 en relativas buenas condiciones, el problema es que llueve sobre mojado y los servicios públicos, muy descoyuntados desde los recortes, sometidos al estrés de la pandemia, sobre todo la sanidad y la enseñanza, están empezando a descoserse, a reventar por todas las costuras.
La situación es grave, de auténtica emergencia y los gobiernos deberán calibrar muy bien qué políticas aplican para solucionarla. Aunque cada país tiene una tesitura diferente, la UE tendría que impulsar y dirigir una estrategia común, modulada para cada miembro en concreto. En contextos como el actual siempre surgen las voces que claman contra la UE y por una reversión a la iniciativa individual de cada país, incluso a la desaparición de la propia UE y volver a algo parecido al inicial mercado común.
No parece el mejor camino, baste observar la deriva del Reino Unido desde el “brexit”. La Unión Europea es con toda probabilidad el mejor invento que hemos hecho los europeos en nuestra historia, algo que podemos corroborar si nos fijamos en quiénes son sus enemigos, que son también los enemigos de la democracia: los partidos ultranacionalistas de extrema derecha, los partidos antisistema de extrema izquierda y los populistas totalitarios.
La solución debería ser más UE, no menos, pero los ciudadanos también debemos comprometernos. El voto “cabreado” a opciones políticas populistas, aislacionistas, totalitarias y antidemocráticas no nos sacará del agujero, al contrario, nos acabará metiendo en uno mucho peor. Convendría repasar la historia de los años 30 del siglo pasado en Europa, a fin de no incurrir en los mismos errores que nos llevaron al desastre.