En 2022 la inflación ha sido la palabra reina. Ha sido el año en el que nos dijeron, sin rubor alguno y ante nuestros representantes parlamentarios, que Putin nos había metido en este berenjenal en el que nos volvemos pobres a pasos acelerados. Cada vez podemos comprar menos cantidad con el mismo dinero y, a la fuerza, hemos aprendido en nuestras carnes los efectos de la inflación. Para más inri, ha provocado que nos suban las hipotecas y tengamos que sudar para devolver la cuota mensual.
Pero cuidado, el gobierno nos engaña también con la inflación. Y no me refiero a que, como dije la semana pasada, haya perpetrado una subida de impuestos encubierta, sin autorización parlamentaria, al no haber deflactado los impuestos en todo el 2022 para compensar la subida de precios. Les recuerdo que, gracias a esa subida de precios, salarios y pensiones, Hacienda ha conseguido la mayor recaudación de su historia. Mientras tanto, nosotros sudando la gota gorda. De nada sirve esta simbólica rebaja impositiva, claramente electoral, que acaban de anunciar.
El gobierno nos engaña porque, aprovechando el bajo nivel de educación financiera de este país, han prostituido el concepto de inflación para culpar a empresarios y comerciantes, que son los que rubrican los nuevos precios en las etiquetas, folletos o cartas de menú.
La inflación no es la subida de precios. Siento decirles que nos han engañado. El término inflación viene del término latín inflatio que es la acción de inflar. Inflar, como saben, es hacer crecer algo de manera artificial, normalmente con aire o gas.
La inflación es el aumento de la cantidad de dinero en circulación. Ni más ni menos. La subida de precios es la consecuencia.
Este matiz es importante para enfocar al causante. Si hacemos caso al mensaje de que es una subida de precios, estaremos culpando al frutero, pastelero o peluquero por subirnos el precio y, en consecuencia, empobrecernos. Y descargaremos nuestra ira con ellos. Serán los chivos expiatorios por las acciones de otros.
Pero no, que no les engañen, al ser la inflación el aumento de la masa monetaria hay que buscar los culpables entre quienes tienen esa competencia. Y, como sabrán, los que crean dinero de la nada son los bancos, centrales y comerciales, a petición de las necesidades del gobierno y aprovechando la reserva fraccionaria. El gobierno y los bancos son los que emiten dinero y hacen subir los precios, siempre que la oferta productiva se mantenga, que es lo normal.
El gobierno también juega al despiste con el IPC.
De nada sirve que el Gobierno afirme que el IPC haya sido en 2022 de un 5,7%. El IPC es solo un índice y recoge únicamente una muestra de productos. Además, tiene otros puntos débiles: no tiene en cuenta los productos a los que acuden los consumidores tras la subida de precios de los que consumen habitualmente. Tampoco recoge cambios en la calidad de los productos como la reduflación que es ofrecer menos por el mismo precio. Esto es lo que nos encontramos en las bolsas de patatillas que cada vez tienen más aire que patatas fritas.
La inflación real es la que encontramos en el supermercado cuando vemos que el mismo producto ha subido de manera importante en solo un año. Una comparativa entre la oferta que aparece en las páginas web archivadas de un gran hipermercado comparada con las actuales, arroja subidas de precio de, como mínimo, el 30% en los productos de alimentación. Algunos superan el 50%. Esa es la inflación real. Hagan el ejercicio. Yo ya lo hice.
Que no les engañen. Incluso ese erróneo mensaje ha colado en universidades. En los colegios, ni se le ve ni se le espera. A los niños no les enseñan sobre economía. Parece que una población con bajos conocimientos financieros es más manipulable.
En esta columna de opinión les vengo dando pinceladas de realidad desde hace más de seis años. Seguiré haciéndolo mientras me dejen y ustedes lo valoren porque la economía nos afecta a todos y está llena de falsedades interesadas. Otro día les hablaré de las que rodean al dinero del futuro.