No tenemos por qué saberlo todo. Esto es lo que distingue al ignorante del mero desconocedor. Porque solo podemos calificar de ignorante a quien desconoce lo que debería conocer. Si me preguntan por química orgánica, mi desconocimiento es inmenso. Yo no me dedico a eso. Me parece un tema importante del que dependen muchos resultados necesarios para la vida y la salud, pero yo no sé casi nada de eso. No por eso soy ignorante. Solo desconozco lo que no tengo porque conocer. Si un farmacéutico o un médico les dijera lo que yo, entonces sí que estaríamos perdidos. No sabrá como sabe ni lo que sabe un ingeniero químico, pero mucho más que yo sí que lo debería ser.
Pero debemos querer sabe más. No nos debemos contentar con lo alcanzado y que la curiosidad se nos duerma en la siesta de los años. Digamos que debemos morir aprendiendo, o morir con el libro abierto. Cerrar el libro es decirnos a nosotros mismos que ya se acabó, que hasta aquí llegamos. Y esa es la señal evidente de una vejez adelantada. Precisamente saber que no sabemos todos es el punto de partida del deseo de aprender.
Los ojos siempre son niños, decía mi bisabuelo. Yo no se lo escuché, pero me lo han repetido muchas veces. La curiosidad de la mirada de los niños, que se fijan en todo con un deseo de entender por qué suceden las cosas y por qué funciona así la realidad, no debe borrarse de nuestra mirada. Incluso curiosidad para que nuestra mente respire apertura y no se contente con el pequeño corral de nuestras certezas inmediatas. Mentes abiertas para que quepa una razón abierta. Ya sé que Ratzinger lo decía mejor y con más fundamento, pero así lo entiendo yo.
Los expertos en derecho y jurisprudencia deben saber mucho de organizar la justicia social. Sería una temeridad usurpar ese importante territorio cuando nuestro conocimiento es otro. La vida social no es un plató de televisión en el que todos los contertulios hablan y responden a todo tema que se ponen sobre la mesa. Eso puede entretener, pero no debe organizar la convivencia y el bien común. Porque la realidad no es el espacio de la opinión. Porque en la realidad es donde suceden las consecuencias y hay que esquivar las corrientes y las tormentas. Si no sabes, pregunta a quien sepa; y pedir ayuda al que sabe es un gesto de sabia humildad.
Enseñar a quien no sabe es una de las obras de misericordia no materiales. Pero para quien no quiere aprender, es inútil todo esfuerzo docente. Todos tenemos experiencia de encontrarnos con alguien alguna vez que sabe de todo. Que tiene una opinión de todo. Que nada le resulta objeto de aprendizaje. Es un arte extraordinario que debe ser reconocido: aparentar conocer, y vivir revestido en esa fachada creíble. Es una extraordinaria competencia. Y haberlos los hay.
Si no sé, pregunto. Si lo que sé es poco, consulto. Si lo sé, tengo en cuenta que puedo equivocarme y debo ser prudente. Si lo sé, y lo he comprobado, lo comunicaré siempre razonablemente. Esta escalera ahuyenta la ignorancia.