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Tanatorios comerciales

Por Jaume Santacana
miércoles 12 de octubre de 2022, 08:00h

Quiero dedicarle este artículo a mi madre. No es por nada concreto; hace tiempo que le quería dedicar un artículo y hoy he pensado: ¡venga! No creo que le moleste a nadie este gesto filial; y, además, mi madre ya hace años que “vive” Allá en el Rancho Grande…Así pues, y sin más preámbulos, dejó ahí el clásico “Mamá ¡con todo mi cariño, tu hijo Jaume! Y me quedo tan ancho.

No soy persona de grandes superficies. Personalmente, con dieciséis metros cuadrados ya me apaño. En todo caso, para grandes superficies ya tenemos Canadá, Siberia, o la mismísima Australia.

Me estoy refiriendo a la cosa comercial, es decir, a los puestos de venta de múltiples productos en espacios macrogigantescos; si se me permite la atrocidad gramatical. Verán: el sábado pasado un amigo mío, mallorquinarro para más señas, quiso ser acompañado de mi persona para realizar unas compras en un Carrefour de turno, cercano a Palma (una gran ciudad colapsada totalmente por ancianos alemanes que deambulan por sus calles vacías de nativos); para que se situen.

Los grandes almacenes o los enormes centros comerciales me producen sensaciones muy contradictorias: en algunas ocasiones, durante la visita a estos tipos de negocios, me invade un terrible estado de somnolencia; eso también me pasa en los bingos. En cambio, en otros momentos, mi corazón es atacado por una desmesurada e incontestable taquicardia; eso también me pasa en los partidos de voleibol playa femenino, si es que esta mía afición (ingenua hasta la médula) no provoca en lo políticamente correcto algún aspaviento en las almas oscuras que vigilan la moral colectiva e individual, si hiciera falta.

La soledad del corredor de fondo se impone a todo hijo de vecino (o hija... o vecina...)) que mortifique su alma por los inacabables pasillos de estas tiendas gigantescas. Se puede contemplar a gente aletargada, de cutis blanquecino, con expresión de duda ante si comprar las peras conferencia o bien la manzana golden. Algunos de ellos, fallecieron ante su indecisión y ningún empleado les atendió. Un cliente pasa por su lado y lo único que puede hacer es cerrarles eternamente los párpados.

Una legión de compradores corre ante las estanterías con ánimo y una avidez aguda de comprar latas de atún de 30 quilos, muebles de jardín, o bragas de oferta.

Nadie conoce a las cajeras: de hecho ni se conocen entre ellas; alguna vez, alguna cajera, no se autoreconoce, hecho que la induce a la pérdida de identidad y posterior desfalco psíquico y mental.

En todo el recinto, ni una sola sonrisa, ni por parte del equipo visitante, ni del equipo local. Hielo.

Los pequeños comercios y bebercios, en cambio y en contraste, son otra cosa: una explosión de vitalidad y energía; caras de toda la vida, como primos hermanos; conocimiento de dónde está cada producto; confianza a la hora de pagar; seguridad y simpatía en el trato; atención directa e interesada al cliente que, naturalmente, siempre tiene razón…sin que intervenga la burocracia; sin prisas, pero con pausas; elegancia.

También me molan los mercados. Para mi gusto, el de Santa Catalina, en Palma; con Biel, de capitán y sus deliciosos pescados como tripulación.

Busqué a un Biel en el Carrefour y no lo encontré…

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