“España no necesita donaciones a la carta sino impuestos justos que garanticen los servicios públicos”. La idea no es mía. Es de Podemos y fue vertida en 2021 en las redes por su secretaria de Organización, Lilith Verstrynge en referencia a la donación de 280 millones de euros por parte de Amancio Ortega, dueño de Zara, al Ministerio de Sanidad para favorecer la aplicación de la protonterapia, una técnica para luchar contra el cáncer innovadora.
Como en cada donación que realiza, el magnate gallego no estuvo exento de recibir insultos. Se le acusó de evasor fiscal. Anteriormente se le había espetado que España no necesita de sus migajas.
Es habitual que los ricos devuelvan a la sociedad parte de aquello que ésta les dio. Si yo me viera en esa situación, lo haría. Ellos lo harán por filantropía o por elusión (legal) en el pago de impuestos. Por lo que sea pero donan. Lo hace la escritora de Harry Potter, lo hace Amancio Ortega y lo hace Warren Buffet, lo hace Mark Zuckerber y lo hace Bill Gates. Es lo normal, los ricos donan a los Estados.
Esta semana ha pasado lo contrario. España ha anunciado la donación a un rico. El mundo al revés.
Pedro Sánchez ha anunciado la donación de 130 millones de euros a la Fundación de Bill y Melinda Gates. Y lo ha hecho sin someterlo a aprobación alguna. Por mucho menos se ha montado una Comisión parlamentaria.
El destinatario de esos fondos no es una Fundación privada cualquiera. Es una entidad totalmente alineada con la Agenda 2030 cuya misión es luchar contra la pobreza, enfermedades y desigualdad en todo el mundo. Mientras tanto, su fundador, Bill Gates es la cuarta persona más rica del mundo con un patrimonio valorado en 129 mil millones de dólares y en los últimos años ha acaparado grandes cantidades de terrenos hasta convertirse en uno de los latifundistas con mayor superficie de cultivo en Estados Unidos. La desigualdad a la que se refiere, será para los demás.
La Agenda 2030 está alineada con el Gran Reseteo que propugna el Foro Económico Mundial en el que unos dirigentes, que no han sido elegidos democráticamente, quieren y van a marcar las normas que regirán el mundo en los próximos años, desde un punto más global y supranacional.
Según exponen, la crisis de la Covid-19 ha llevado a una encrucijada histórica a los líderes de cada país y esta élite política está para dar luz y firmar un contrato social que honre la dignidad del ser humano.
Cada vez que en las Historia se ha “firmado” un contrato social entre individuos y Estados, los primeros han perdido libertades a cambio de, en teoría, seguridad del papá Estado. En éste ya nos dicen abiertamente que no poseeremos nada y, a cambio, nos darán la felicidad. Aunque no dice a qué precio.
Con esta donación que acaba de anunciar Pedro Sánchez está haciendo un gesto importante a Bill Gates. Aunque sean migajas para éste, Pedro le está diciendo “los españoles y yo estamos contigo”, Bill. La chapa multicolor y la creación del Ministerio de Derechos Sociales con la coletilla de “…y Agenda 2030” corrobora el alineamiento total con el Gran Reseteo.
Esta vez Podemos no exigirá que ese dinero se quede aquí para garantizar los servicios públicos aunque se los lleve una Fundación privada para que, confiemos, los destine con ellos lo destine a lo que dice. La tokenización de ese dinero y el rastro que deja la blockchain de Bitcoin arregla eso.
Sobre los impuestos justos que necesitamos en lugar de donaciones, a los que hacía referencia Podemos, habría mucho que debatir. Imagino que hacía referencia a que más paguen los que más tienen. En este caso, el cuarto que más tiene del mundo no paga sino que recibe de los impuestos de los que aquí tributamos. Lo dicho, el mundo al revés.
Pero luego está la disyuntiva de que si presionamos mucho a los que más tienen se irán a tributar a otro lugar y si les aliviamos en pagos a la seguridad social o impuesto sobre beneficios quizá tengan más margen para contratar a más trabajadores y generen más empleo.
¡Ah no, que vamos a lo contrario! A no tener trabajo sino una paga pública mensual y a ver la propaganda de la tele y series en Netflix, a evadirnos en el metaverso, a gastar el dinero electrónico allí donde nos dicen y a no morder la mano que nos da de comer. Pan y circo y la gente contenta pero sin ninguna propiedad
¿Intuyen ya de qué va el nuevo contrato social al que nos dirigimos?