Hace unos días tuvo lugar un atraco a un banco libanés un tanto peculiar. El atracador, escopeta en mano y cargado de bidones de gasolina, no quería robar.
¿Cómo es eso? Pues sí, solo quería recuperar su dinero. A pesar de tener depositados 209 mil dólares, no podía recuperarlos porque los bancos de ese país han puesto cota a la disposición de dinero por parte de los ahorradores porque se están quedando sin liquidez. El ahorrador-atracador no sabe que ese dinero no es suyo. En su mayoría, ni siquiera existe.
El extraño atracador necesitaba el dinero para pagar el caro tratamiento de su padre hospitalizado y se armó de valor (y algo más) para entrar a atracar la sucursal bancaria. Tras seis horas, atrincherado con rehenes, le dejaron salir con 30 mil dólares.
Eso es lo que está pasando en el Líbano, país próspero hasta la llegada de su guerra civil en 1975. Era conocido como la “Suiza de Oriente”. La gestión bancaria y la corrupción política desde los años 90 del siglo pasado han llevado al país a lo que el Banco Mundial define como una de las peores crisis económicas del mundo.
Otros han seguido el ejemplo del sui generis atracador. Unos diez bancos ya han sido asaltados por ciudadanos organizados en lo que han bautizado como Clamor de los Depositantes.
Puede que los primeros atracadores se lleven algo pero el resto no encontrará nada. Más del 95% del dinero en circulación es ficticio. Son dígitos en el ordenador o en su App, apuntes en su extracto bancario. Nada más.
Si pensaba que los Bancos Centrales eran los únicos que imprimían dinero de la nada, tiene que saber que los bancos comerciales, los de su barrio, los de toda la vida, lo hacen a mayor escala.
La técnica que permite este fraude a plena luz tiene un nombre: reserva fraccionaria y consiste en que los bancos se guardan un 10% o menos de lo que tienen ahorrado y emiten el 90% restante inventándose un dinero que no existe. Intente emitir usted un cheque sin fondos, a ver qué pasa. Se va directamente a la trena.
Además, el sistema se retroalimenta. Los prestatarios toman ese dinero para gastarlo o invertirlo. Los receptores del dinero depositarán una parte en el banco y vuelta a empezar. Todo lo que se deposita en el banco se multiplica, como los panes y los peces, pero en beneficio de unos pocos. Es un fraude permitido por la ley. Una ilegalidad amparada por la legalidad.
Otro de los engaños de una legislación al servicio del poder bancario, con capilaridad en todos los sectores de la sociedad, es que todo el dinero tiene origen en la deuda y, por tanto, es o ha sido debido a la banca y se le ha pagado por él. La deuda somete a las personas.
La deuda, desde el primer dólar o euro que se creó, ha llevado aparejados unos intereses. No hay dinero en el mundo que pueda devolver los intereses de la deuda. Pero lo más alucinante es que ese interés lo cobran unos banqueros privados que son los propietarios de los Bancos Centrales. Lo gracioso de la Reserva Federal, el Banco Central más importante del mundo, es que ni es reserva (no tiene bóvedas con dinero, de hecho no tiene dinero almacenado) ni es Federal (es privada). Inventar dinero para cobrar por él es el negocio del siglo. No en vano el primer Rothschild, bien relacionado con mandatarios de la época, dijo no querer ningún gobierno pero sí tener presencia en los Bancos Centrales de varios países. Ahí distribuyó a su prole.
Las familias más poderosas provienen, en gran parte, de aquellos banqueros que hoy son los propietarios de todo y son los que mueven los hilos y someten a países y gobiernos con la deuda.
Son los que ponen y quitan gobiernos y ponen chapas color arco iris en la solapa de presidentes del gobierno. Son los que quieren resetear la economía mundial y están provocando lo de El Líbano hoy pero se extenderá a otros países. Sri Lanka, Sudán, Ecuador, Perú o Haití también lo están viviendo.
Pero la culpa es de Putin.
Por eso, mantengan en el banco el mínimo dinero posible. Compren activos. Inviertan con cabeza para intentar batir la inflación y atesoren unidades de bitcoin. No el que se guarda esperando su revalorización sino el que se creó como dinero electrónico entre personas, capaz de realizar micropagos con costes ínfimo. Ese es el sentido del dinero y encima es suyo. Es dinero real. Será inconfiscable salvo que le dé un uso ilítico.
Hasta el Papa Francisco ha ordenado retirar los fondos bajo su poder de otras entidades para depositarlos íntegramente en el Banco Vaticano. Algo se está cociendo. La banca nunca pierde. La Iglesia tampoco. Baste ver la riqueza amasada que conserva el Vaticano tras siglos de guerras y crisis económicas.
Hoy es El Líbano y mañana será aquí. Es cuestión de tiempo. El Gran Reseteo está en marcha y le quedan ocho años para su culmen. Llevan años preparándolo y no pueden fallar. O sí. El ejemplo de los ganaderos holandeses aporta una bocanada aire fresco entre tanta contaminación.