Conociendo su trayectoria, no me extrañan las desaforadas y desleales manifestaciones de la ex ministra María Antonia Trujillo en una conferencia en Tetuán.
Les supongo enterados de que la susodicha discurseó sobre que “Ceuta y Melilla son vestigios del pasado” y que por ello “suponen una afrenta a la integridad territorial de Marruecos”. Es de prever que la ex ministra dijo aquello que sus oyentes querían escuchar, pues para eso se organizó el evento en suelo marroquí y financiado por las instituciones del citado país.
La única afrenta, que sí que la hay, es la de la conferenciante a la integridad territorial de España y echa por tierra, además, el drástico cambio de postura sobre el Sahara que hizo Pedro Sánchez, se supone que para evitar que los marroquíes siguiesen pretendiendo Ceuta y Melilla. ¿Cómo no van a hacerlo si los propios españoles se las quieren ofrendar en bandeja?
Por suerte, la señora Trujillo sólo representa la extravagancia personal y un progresismo añejo y de salón, capaz de decir cualquier tontería, incluso sin necesidad de que nadie se la pague.
Ya en su época de ministra de Rodríguez Zapatero -donde compitió en dislates con otros colegas del gabinete ministerial como Bernat Soria, Leire Pajín o Bibiana Aído- había afirmado su rechazo al destino turístico de Benidorm, diciendo que “ni lo conozco ni lo quiero conocer”, para desprestigio de la localidad y desprecio a quienes veraneaban en ella.
La culpa de estas dramáticas tonterías la tienen quienes sitúan en puestos de representación -aunque sea mínima y temporalmente- a oponentes a la patria de todos y les da la oportunidad de que ofrezcan argumentos a nuestros enemigos en una zona geográfica donde no nos queda ya amigo alguno.