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Tienen hijos, lactan, bailan y gobiernan

martes 30 de agosto de 2022, 06:00h

La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, del partido laborista, llegó al poder en 2017 con 37 años y cuando un periodista inquirió si no pensaba que tener un hijo era incompatible con el cargo, contestó que consideraba la pregunta inaceptable. De hecho, al año siguiente tuvo a su hija, se acogió a seis semanas de baja por maternidad y se reincorporó a sus obligaciones. La niña quedó al cuidado de su padre, pero ella no renunció en ningún momento a pasar con ella el máximo tiempo posible, incluyendo la lactancia. De hecho, con tres meses de edad la niña acompañó a su madre a la reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York.

Su acción de gobierno fue tan exitosa, sobre todo en el contexto de la pandemia de covid 19, que consiguió contener a niveles ínfimos, que en 2021 revalidó su triunfo electoral con mayoría absoluta. Tiene uno de los más elevados índices de popularidad de cualquier gobernante y es un ejemplo de que se puede ser una mujer joven, embarazada, madre lactante y primera ministra con una acción de gobierno eficaz y exitosa para su pueblo.

Sanna Marin, la primera ministra de Finlandia, del partido socialdemócrata, llegó al poder en 2019 con 33 años. En su mandato también ha tenido que lidiar con la pandemia y en los últimos meses con la crisis desatada por la invasión rusa de Ucrania y lo ha hecho razonablemente bien. Finlandia tiene más de mil kilómetros de frontera con Rusia y durante todo el periodo de la guerra fría tuvo que practicar una política de estricta neutralidad y un ejercicio de permanente funambulismo para no despertar recelos en Moscú, que podrían haber conducido a una invasión rusa según el principio, nunca expresado explícitamente, de la soberanía limitada. Se llegó a crear el término finlandización para referirse a un país soberano e independiente pero cuya política internacional estaba condicionada al visto bueno de la potencia vigilante, en este caso, la Unión Soviética.

El gobierno de Sanna Marin ha roto esta política de estricta neutralidad al solicitar, con la aprobación del parlamento finlandés, la entrada del país en la OTAN, como también lo ha hecho Suecia, con la diferencia de que los suecos no tienen frontera terrestre con Rusia. Este hecho es una de las consecuencias más negativas para Putin de su invasión de Ucrania. Si pretendía alejar a la alianza atlántica de su territorio, ahora se encuentra con una nueva frontera directa de más de mil kilómetros que ha de sumar a las de Noruega, Estonia y Letonia, además de las de Lituania y Polonia con el exclave ruso de Kaliningrado.

En estos últimos días se ha producido un gran revuelo político en Finlandia a cuenta de una filmación de una fiesta privada en la que se ve a Sanna Marin bailando y divirtiéndose con unos amigos, lo que ha provocado críticas, algunas feroces, sobre todo de ambientes conservadores y del partido de extrema derecha Verdaderos Finlandeses, pero también de algunos sectores de izquierda, en Finlandia y en el resto de Europa, hasta el punto de acusarla de estar bajo la influencia de sustancias estupefacientes. Ella ha negado el hecho e incluso se sometió a un test de drogas, pagado de su bolsillo, que resultó negativo.

Dos mujeres jóvenes, competentes y valientes se ven sometidas al llegar a primeras ministras a un escrutinio inclemente, impío, intolerante, que no se impondría a ningún hombre en su misma situación. Parece que fantoches como Berlusconi en su momento o Boris Johnson ahora pueden desmadrarse en fiestas con alcohol, sexo y vaya usted a saber qué más y ello no les impedía cumplir con sus funciones de primeros ministros, en cambio una mujer joven no puede quedarse embarazada o bailar y divertirse con amigos en una fiesta privada sin poner en riesgo el gobierno de su país.

Es la reacción casposa y rancia de la derecha biempensante y practicante habitual de la más hipócrita doble moral, que se llama conservadora, aunque, como en la canción de Serrat, quién lo diría, cuando no hacen más que destruir el medio ambiente. Pero también ha criticado a Marin una cierta izquierda europea, y española, igualmente casposa y rancia, anclada en el mito de una revolución que nunca llevó a cabo los objetivos que supuestamente perseguía y que todavía defiende, aunque sea en voz baja, los desmanes de Putin y criminaliza a la OTAN.

Un mundo cuyos líderes de los países más importantes son hombres de entre casi setenta y ochenta años, Biden (78), Putin (69), Xi Jinping (69), necesita más mujeres jóvenes que demuestren que se puede ser madre, lactar y bailar y divertirse y gobernar (bien) un país.

Y, en general, necesita más mujeres de cualquier edad en cargos de máxima responsabilidad, como Úrsula von der Leyen (63) al frente de la Comisión Europea o Christine Lagarde (66) al del Banco Central Europeo. Al fin y al cabo, visto el estado del mundo, peor que los hombres no parece que puedan hacerlo.

Pero sean jóvenes o menos jóvenes, deberán tener en cuenta que se les someterá a un examen y a una crítica implacables, mucho más severos que a sus homólogos varones. Después de romper el techo de cristal deberán tener mucho cuidado con los fragmentos, que provocan cortes y heridas muy dolorosos.

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