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La letra pequeña

Por Jaume Santacana
miércoles 08 de junio de 2022, 03:00h

Desde hace un tiempo, unos años, se ha incorporado en todas las producciones cinematográficas y televisivas de ficción un nuevo elemento que, casi sin excepciones, se ha convertido en uno más de los protagonistas: la cosa electrónica; es decir, aquellos objetos ya universales que se utilizan como medio de información y comunicación entre las masas, entre los cuales los teléfonos móviles, las tabletas o los ordenadores, ya sean portátiles o fijos.

Es muy difícil -por no decir imposible, ver cualquier película (en pantalla grande de una sala de cine convencional o bien en un aparato de televisión frente el viejo sofá hogareño) o cualquier serie episódica televisiva de ficción, en la que no aparezcan en escena alguno de estos aparatos telecomunicativos. Además, el hecho no se produce en unas pocas secuencias sino que, al contrario, se suele dar en multitud de casos en un solo producto de estas características ociosas.

Y no se trata de una incorporación decorativa o de atrezo; no. Ya desde la escritura del guión de una cualquier ficción se plantean muchas escenas en las que el móvil, la tableta o el ordenador juegan un papel preponderante en la historia que se pretende contar. Además, este notable fenómeno mediático se reproduce en todos los géneros audiovisuales: en las comedias (románticas o de pura carcajada), en el formato de terror, dentro de las ficciones de índole política o en la inmensa mayoría de dramas y dramones. Con sólo unas pocas excepciones como son los productos de ciencia-ficción, el subgénero del Oeste o, evidentemente, las historias de época.

Cuando uno se coloca delante de cualquier pantalla para visionar dichas películas o series, se pregunta indefectiblemente ¿ cómo carajo se lo montaban los guionistas para entrelazar a los personajes sin la ayuda de estos elementos electrónicos? ¿Cómo se podían escribir historias de ficción con sólo timbres de puertas, bares, restaurantes, discotecas o simples teléfonos caseros o de oficinas?

Bien: una vez destacado este hecho incontestable (la constante puesta en escena de secuencias con la inevitable presencia de los citados aparatos) creo importante resaltar algunas de las “molestias” que todo esto provoca en el espectador; a parte, claro, de los constantes y ruidosos sonidos que, continuamente, producen los timbres de llamada, sobre todo, en los móviles de los personajes en danza. Principalmente, en las escenas nocturnas en las que uno (o dos) de los protagonistas se hallan tumbados en cama, en la habitación reina un silencio sepulcral y suena el maldito aparatito; en estos casos, el ruido de la llamada puede pegar un susto de muerte al sufrido espectador, básicamente en las salas de cine, en las que la calma sonora sólo es rota por los “masticazos” de palomitas en bocas abiertas poco educadas; o, directamente, guarras.

Otro contratiempo -y este más cabreante, si cabe- se produce cuando, en muchos casos, aparece en pantalla el contenido de los correos electrónicos o bien los mensajitos de turno de los whatsaps. Para simplificar: son tan minúsculas las letras que ofrece la pantalla que -en cantidad de ocasiones- se hace del todo imposible leerlas con una mínima claridad. Vale, sí, de acuerdo: soy una persona de edad rozando la prehistoria, pero ello no conlleva que con la ayuda de unas modestas lentes, normalmente, pueda descifrar subtítulos y otros letreros, incluso, si me apuran, los títulos de crédito finales de las ficciones que, habitualmente, además de ser claramente diminutos, van a la velocidad de la leche (o sea, perdón, de la luz).

Este hecho consigue que uno se pierda el argumento de la obra -no leer, no comprender- y, por lo tanto llegue a la conclusión que las dos lesbianas protagonistas sean primas hermanas.

Por favor, productores, un poquito más de clarividencia o, por lo menos, “pongan” letras mayores, mas grandes, vamos.

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