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España, el estanco de Europa

viernes 27 de mayo de 2022, 07:00h

Como cada 31 de mayo, este próximo martes se celebra el Día Mundial sin Tabaco. Esta celebración anual sirve para concienciar al público acerca de los peligros que supone el consumo de tabaco, las prácticas comerciales de las empresas tabacaleras, y lo que las personas de todo el mundo pueden hacer para reivindicar su derecho a la salud, a una vida sana, y proteger, así, a las futuras generaciones.

El tema de campaña elegido en esta ocasión por la Organización Mundial de la Salud es 'El tabaco envenena nuestro planeta'. Y es que el tabaco, además de causar estragos entre la población y provocar la muerte anual de más de ocho millones de personas en el mundo, también causa daños directos al medio ambiente.

Algunos datos ilustran el impacto del cultivo y la producción del tabaco en el planeta. La industria tabacalera genera emisiones de gases de efecto invernadero que equivalen a 84 millones de toneladas anuales de dióxido de carbono. Cada año se destruyen unos 3,5 millones de hectáreas de tierras para cultivar tabaco en ellas. Este cultivo favorece la deforestación, especialmente en el mundo en desarrollo.

La eliminación de espacios forestales para implantar plantaciones de tabaco deteriora los suelos. Hasta dos tercios de las colillas del tabaco acaban en el medio ambiente, lo que se denomina tabaco de cuarta mano. De estas colillas son un problema los residuos tóxicos y los productos químicos tóxicos que contienen, que acaban como basura que termina en las calles, desagües, el agua o el mar. ¿Cuántas ves ha estado usted en alguna playa en la que había más colillas que arena?

Es inconcebible que el tabaquismo siga siendo la primera causa de mortalidad prematura evitable en muchos países, como el nuestro, ante la pasividad de las autoridades políticas. Una pandemia silenciosa que los gobiernos no se atreven a afrontar con valentía y decisión, por temor a que se les acuse de restrictivos. Pero lo que está en juego es la salud de las personas y de las generaciones futuras. Porque aquellos que apelan a su libertad para fumar, no se dan cuenta de que son esclavos de la nicotina. Y el resto de la población no se merece pagar las consecuencias.

En España fallecen más de 50.000 personas al año por enfermedades causadas o agravadas por el tabaco -9 de cada 10 tumores de pulmón están provocados por el consumo de tabaco-. Para darnos cuenta de la magnitud del problema, es como si se estrellara un avión diario con 160 pasajeros a bordo. De ellos, más de 1.000 no son fumadores, pero han sufrido las consecuencias del humo de tabaco, que también contamina y también mata. De hecho, el 71,8% de nuestros niños y niñas menores de 12 años respiran humo ambiental del tabaco tanto en espacios cerrados como abiertos.

Con un porcentaje del 22% de la población que se reconoce fumador a diario, lo que supone más de 8 millones de personas, nuestro país sigue teniendo una de las tasas de prevalencia de consumo de tabaco más altas de la Unión Europea. Por comunidades autónomas, las Islas Canarias con un 26,2 es una de las de mayor porcentaje de población fumadora.

El Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo denunciaba hace unos días que España es el “estanco de Europa”, y que nuestros vecinos franceses atravesaban los Pirineos para comprar tabaco en nuestro país porque les cuesta a la mitad de precio. Mientras el precio medio de la cajetilla cuesta cinco euros en España, en Francia cuesta diez, y en un país como Irlanda, 13. Hay, por lo tanto, margen para incrementar la fiscalidad sobre los productos del tabaco que, según los expertos, es una medida efectiva para reducir su consumo y dificultar que se incorporen nuevos fumadores, especialmente jóvenes.

Frente a la dura realidad, la industria tabacalera sigue invirtiendo enormes cantidades de dinero en dar un barniz 'verde' a su reputación y sus productos, presentándose y presentándolos como algo inocuo y asociándolos a valores como la exclusividad, el refinamiento, la libertad o un punto de rebeldía, que cautivan, sobre todo, al público más joven. Y, en muchas ocasiones, cuenta con la permisividad y la complicidad de unos gobiernos que siguen comprometiendo la salud de las personas.

España fue pionera, en 2010, con una Ley de Tabaco en la que se prohibía fumar en el interior de los locales de ocio -discotecas, bares, restaurantes-. Una medida que provocó cierta contestación social -de los fumadores, por supuesto-, pero que acabó aplaudiendo la mayoría. Hoy es necesario un nuevo impulso para seguir acotando el humo del tabaco y la nicotina en más lugares, tanto cerrados como abiertos: parques públicos, proximidades de centros escolares, universidades, playas, calles concurridas, centros comerciales y de ocio, vehículos…

Se trata de trabajar en una doble vía para conseguir el objetivo de que la prevalencia de consumo se sitúe por debajo del 10% en 2030: por una parte, crear más espacios libres de humo donde el fumador no sea bienvenido; y por otra, ayudar al fumador a abandonar su esclavitud con el impulso de programas de deshabituación tabáquica que requieren un seguimiento y una asistencia tanto médica como psicológica. Nos lo agradecerán nuestra salud y el planeta.

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