Un Rey sin Viruela del mono y temperaturas por encima de los 40 grados en mayo. Parece un guión de Stephen King. Por si fuera poco, el pitoniso Fernando Simón asegura que no hay motivos para alarmarse -dijo lo mismo con el COVID dos semanas antes de que nos encerraran-. En cualquier caso, conviene mantener la calma hasta que Miguel Bosé dicte su veredicto y nos ilumine con sus conocimientos científicos, no sea que nos encontramos ante otro complot de unos malos malísimos.
No hay tregua para los aprensivos en lo que llevamos de década. Las palabras viruela y mono vuelven a inundar las televisiones y las tertulias, porque el covid ya se ha dado por amortizado por las autoridades, aunque sigamos en cotas de contagios similares o superiores a las que hace unos meses abrían los informativos y, por consiguiente, justifican todo tipo de restricciones por parte de las autoridades.
Pero lo que realmente tiene excitados a muchos estas últimas horas es el regreso del rey emérito a España. Programas especiales, tertulias interminables, guerra de trincheras entre monárquicos y republicanos. El regreso de Juan Carlos a su país casi dos años después, no sería noticia si, en su día, no se hubiera ido. Aquella huida, o esa fue la impresión que quedó entre la opinión pública, fue una capitulación pública alentada por los socios de investidura de Sánchez y consentida por el presidente del Ejecutivo. Un peaje más a aquellos que marcan la hoja de ruta del Gobierno desde el inicio de la legislatura y que seguirán haciéndolo hasta el último minuto.
La Monarquía, el último bastión de la España de la transición que tanta urticaria provoca a algunos, quedaba así herida de muerte. Un Rey otrora aplaudido y reconocido por sus ciudadanos y por la comunidad internacional, se convertía en un apestado, un delincuente y un exiliado. Esto, por supuesto, solo puede pasar en España, donde el deporte nacional es el lanzamiento de cuchillos.
Y no se trata de blanquear los errores y el comportamiento poco ejemplarizante del emérito, sobre todo en lo referente a sus obligaciones con el fisco. Pero ni siquiera tras haber regularizado esa situación, pedir perdón, reconocer sus errores y que la Fiscalía haya archivado los casos por los que se le investigaba, Juan Carlos escapa a la inquina de muchos. Porque no es una cuestión contra su persona, sino una lucha contra una institución a la que hay que derribar a toda costa. Porque en el momento que caiga la Monarquía en España, la fragmentación del país será el siguiente paso y ese es el propósito último de quienes condicionan desde hace tiempo el pulso político en este país.
Al rey emérito se le niega incluso la posibilidad de pernoctar en la que fue su casa durante muchos años y en la que ahora habita su hijo, el rey más republicano que ha tenido España. Cuando Felipe tenga que abandonar La Zarzuela, se dará cuenta de que ninguno de los gestos que ha hecho durante su reinado le habrán servido para salvar la Corona. Ni siquiera aquellos más ingratos con la figura de su padre, solo por complacer al verdadero jefe del Estado, que vive en Moncloa. Pero entonces ya será demasiado tarde.