“Pegasus” ha sido la palabra más utilizada por los medios de comunicación en los últimos días, superando incluso la palabra “Ucrania”. El vocablo corresponde al nombre de un programa de espionaje perteneciente a la empresa israelí, NSO Group, que permite grabar llamadas, capturar pantallas y copiar mensajes de los teléfonos móviles y que, según han revelado diferentes medios, ha sido utilizado por no sabe muy quién para espiar a diferentes líderes mundiales, entre los que también estaría el presidente del Gobierno.
Claro que esta revelación se ha sabido después de que el independentismo catalán se hiciera eco de otra información en la que se apuntaba al Estado español como instigador del espionaje a unas decenas de representantes del ‘procés’ a través del programa de marras. Vamos, que aquí todos declinan el verbo espiar y, luego, cuando se conocen públicamente los hechos, todo el mundo se rasga las vestiduras, se cruzan acusaciones y se piden comisiones de investigación.
A partir de aquí, que cada uno saque sus conclusiones. Pero en el aire quedan muchas preguntas de momento sin respuesta. ¿Por qué ahora, y no hace un año, conocemos que el teléfono del presidente y de la ministra de Defensa fue pinchado? ¿Por qué el informe sobre este asunto encargado al CNI se realiza en estos momentos, y no cuando se supo hace meses que hasta 14 primeros ministros habían sido espiados por idéntico método? ¿De verdad este asunto es imputable a alguien externo y, por lo tanto, ajeno a las estructuras del Estado, como defiende el Gobierno? ¿Por qué es el ministro Bolaños quien informa del asunto y no la titular de Defensa? ¿Por qué el Gobierno no ordenó ninguna actuación cuando tuvo conocimiento de los pinchazos telefónicos hace meses? ¿Por qué si los pinchazos a 18 líderes del independentismo fueron con orden judicial, como ha reconocido la directora del CNI, se empleó el programa Pegasus en lugar de interceptar las llamadas a través de las compañías operadoras de telefonía móvil? Estas y otras muchas preguntas harían las delicias del gran John le Carré si se levantara de la tumba.
Y del espionaje político con elementos chapuceros y demasiadas incógnitas a los fenómenos paranormales que se viven en el Santiago Bernabéu, donde el Real Madrid es capaz de remontar partidos unos tras otro en la Champions y avanzar eliminatorias hasta plantarse en la final, cuando todo parece perdido. Después de resucitar de sus cenizas ante el PSG en octavos y el Chelsea en cuartos, los blancos volvieron a obrar el milagro en un más difícil todavía ante el City de Guardiola. Se pasaron 180 minutos eliminados, el tiempo que transcurrió entre el primer gol del City en el primer minuto del partido de ida y el segundo tanto del Madrid en el Bernabéu en el minuto 91 del partido de vuelta, pero aun así se sostuvieron con un hilillo de vida y volvieron a levantarse para eliminar a la maquinaria engrasada por Guardiola, al que se le quedó cara de no comprender nada, porque la magia es imposible de explicar desde lo racional. Iker Jiménez tiene material para hacer unos cuantos programas con las remontadas imposibles de los blancos.
El Real Madrid es al fútbol lo que Rafa Nadal al tenis. No se cansan de ganar y con cada gran victoria se superan y dejan su impronta para escribir nuevas páginas en la historia del deporte. Sus rivales deportivos harían bien en adquirir un “Pegasus” para espiar los misterios insondables que se esconden detrás de sus éxitos.