Una guerra en Europa en el tercer milenio: improbable, casi imposible. Pues ahí la tenemos. Tras el sufrimiento causado por la pandemia de COVID19, llega la infamia de un conflicto que no sabemos cómo puede degenerar. De momento, se cuentan por centenares las víctimas inocentes, inermes de siempre, que quieren vivir en paz con los demás, con todos, aunque tengan una bandera distinta. Pero desgraciadamente, a los poderosos les importan poco los débiles, aunque incluso se trate de compatriotas.
Para algunos líderes parece que no han sido suficientes dos años de pandemia mundial, con millones de fallecidos, economías golpeadas e incremento de la pobreza a nivel mundial. Los jinetes del Apocalipsis cabalgan de nuevo y a la pandemia le sucede un episodio bélico en plena Europa, como ya ocurriera hace un siglo, para vergüenza de las clases dirigentes y sufrimiento extremo de civiles inocentes. Porque los conflictos armados sabemos cuándo se inician, pero nunca cuándo acabarán y, sobre todo, cuál será el coste final en número de vidas, malheridos, desplazados, familias rotas y proyectos vitales rotos por la barbarie.
Europa llegó tarde a controlar el coronavirus, fue incapaz de anticipar las consecuencias y la magnitud de la pandemia, nunca ofreció una respuesta conjunta y coordinada. Hasta el punto de que los países tuvieron que arreglárselas por su cuenta para proveerse de material sanitario en los momentos más críticos. La preocupación por los intereses políticos nacionales a corto plazo y la fragmentación y la falta de liderazgo de las instituciones de la UE obstaculizaron una respuesta coordinada y eficaz a la pandemia. Mientras había países que combatían la expansión del virus con estrictos confinamientos, otros eran más laxos y lo dejaban al juicio de sus ciudadanos.
Y ahora la UE vuelve a llegar tarde para impedir un conflicto bélico que venía larvándose desde hace tiempo y que el tirano Putin venía insinuando a pecho descubierto. Europa ha vuelto a fracasar porque ha sido incapaz de evitar la guerra delante de sus narices. Las autoridades comunitarias han jugado un papel irrelevante en los días previos al inicio de la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso, porque el protagonismo ha recaído en algunos jefes de Estado a título individual, a los que sí se les reconoce autoridad en el tablero geopolítico mundial. Putin ha menospreciado a la UE porque sabe que es un ente paquidérmico, donde las decisiones se adoptan con lentitud y donde confluyen intereses encontrados de los diferentes miembros.
Sólo con el conflicto en marcha, Europa y la OTAN han activado mecanismos de respuesta contra la afrenta del zar Putin, con el envío de armas y material bélico, sanciones económicas y bloqueo a Rusia. Pero uno se plantea por qué algunas de esas medidas, sobre todo las de carácter económico, no se adoptaron con carácter preventivo, como complemento a una labor diplomática eficaz.
Con el conflicto armado en marcha, el futuro queda en manos de la ambición sanguinaria de Putin y de lo que pueda durar la capacidad de resistencia de Ucrania, mientras la comunidad internacional y las potencias occidentales se miran unas a otras. Por eso, el factor interno aparece como principal flanco de debilitamiento del autócrata líder ruso. Oligarcas, empresarios, personalidades públicas, estrellas del deporte y de otros ámbitos, perjudicados directamente por las consecuencias del conflicto, han decidido dar un paso adelante y constituirse en catalizadores de una creciente oposición interna al líder ruso, como nunca había tenido antes en su país. Es verdad que Putin está acostumbrado a lidiar con los opositores a su régimen y con los periodistas no alineados que, de una forma u otra, termina silenciando, a veces de las formas más violentas, con decenas de asesinatos sin resolver, pero la influencia y visibilidad de esta nueva oposición mediática e ilustrada es un elemento con el que no contaba Putin y que puede hacerle perder la batalla de la opinión pública en su país, expandir el rechazo a su gestión en amplias capas de la sociedad y precipitar su caída.