Es el momento de los memes con tanques rosas, flores en los cañones y el Imagine de John Lennon sonando a tope para frenar la invasión rusa de Ucrania. Me sorprende que alguno de estos pacifistas de salón no le haya afeado todavía a Putin la huella de carbono de su tanques, el impacto sobre el calentamiento global de sus cazas bombardeando Kiev y la escasa presencia femenina en el alto mando del Kremlin. El avance del wishful thinking y la estupidez en las sociedades occidentales en los últimos años ha sido casi tan rápido como el de las tropas rusas esta semana.
Ese pensamiento ilusorio, o dicho de otro modo, la permanente confusión entre nuestros deseos y la realidad, nos empuja hacia un sesgo cognitivo optimista según el cual un autócrata sin escrúpulos acumula 190.000 militares en las fronteras de un país vecino jugando al Stratego, solo para mostrar músculo ante la comunidad internacional. De este sueño absurdo nos ha despertado el sonido de las sirenas antiaéreas y el de las bombas estallando sobre civiles. Vayamos pues a los hechos.
En la década de los noventa, justo después de la desintegración de la Unión Soviética, el advenimiento de la “democracia” en Rusia se tradujo en privatizaciones masivas e ilegales, corrupción, empobrecimiento generalizado de la población, desorden social, auge de las mafias y entronización de una oligarquía económica que esquilma los recursos del país. Lo cierto es que en su primera etapa en el poder Putin acabó con el caos y la violencia callejera, y se erigió en salvador del pueblo.
Pero la situación económica del país empeoró en 2014 por la caída de los precios del petróleo y las sanciones impuestas desde la comunidad internacional por el conflicto con Ucrania. Así que la mano dura de Putin en su país ya no era suficiente para mantener sus índices de popularidad. Tenía que cambiar de estrategia, y lo hizo. En esta nueva fase Putin se ha querido mostrar ante su pueblo como un líder geopolítico capaz de devolver al país el antiguo esplendor de la Gran Rusia. Es otro ejemplo de mezcla entre populismo barato y nacionalismo, que cada día se parecen más.
Desde aquel giro hace ocho años, Putin se está ocupando del bienestar de todos los rusos frente al enemigo común que representa Occidente. Y digo de todos porque a sus desvelos por el pueblo oprimido ha incorporado a los grandes oligarcas de los que es socio, o por mejor decir, partner in crime.
Que la población las pase canutas es algo que un “dictador democrático” como Putin tiene asumido y controlado gracias a la propaganda obscena y a la eliminación de cualquier oposición interna. Pero, ay, el capital importa, como bien sabe todo el mundo, incluidos comunistas y ex-comunistas. Y esto no te lo puede solucionar China con su ayuda financiera, sus chips y sus materias primas. Porque mola más vivir en Chelsea que en el barrio más lujoso de Pekín. Porque prefieres que tus hijos estudien en Oxford que en Teherán, y luce más atracar el megayate en Saint Tropez que en una marina de Shanghai.
El segundo paquete de sanciones económicas aprobadas por la Unión Europea ordena la congelación de activos financieros y restricciones a la movilidad de algunos de los multimillonarios que sostienen y financian las atrocidades de Putin. El objetivo es “reducir su potencial enriquecimiento a costa del régimen”.
Rusia se ha saltado toda la legalidad internacional y está poniendo en cuestión el sistema de seguridad diseñado tras la Segunda Guerra Mundial precisamente para evitar ese escenario bélico en un mundo plagado de armas nucleares. Antes que llegue más sangre al río, el asunto parece lo suficientemente grave como para ir avanzando a los jerarcas rusos la confiscación de todos sus bienes en el extranjero. Dicho de otro modo, que las sanciones económicas no van dirigidas a frenar sus ganancias, sino directamente a empobrecerlos a ellos mucho antes que a una maestra de escuela en Vladivostok.
Se calcula que el dinero ruso en cuentas en el exterior supone el 85% del PIB del país. Es otra de las consecuencias de la globalización, y algo que no sucedía en la Alemania de Hitler. Si la comunidad internacional pincha con fuerza esa gigantesca bolsa de riqueza amasada desde el poder por los hijos de Putin, ese poder se desinfla. Unas horas antes de hacerse públicas las sanciones el Kremlin filtraba un video del sátrapa ruso humillando en público al jefe de sus servicios de espionaje exterior, que sugería titubeante negociar por última vez con Ucrania. Pero es más fácil acojonar a un funcionario que al que paga los tanques.