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Los europeos debemos unirnos

martes 15 de febrero de 2022, 07:00h

A la vista de la evolución de los acontecimientos en la actual crisis de Ucrania, con un aparente estancamiento pero no ruptura de las conversaciones diplomáticas, si bien no sabemos si puedan existir contactos secretos que continúen las negociaciones fuera del foco público, el incremento de fuerzas rusas en las fronteras ucranianas, ya que se han añadido destacamentos militares rusos en el territorio de Belarus cercano a la línea fronteriza noreste de Ucrania, y el aumento de suministro a Kiev de armamento defensivo por parte de varios países occidentales, sobre todo Estados Unidos y el Reino Unido, parecería que la eventualidad de algún tipo de intervención rusa en Ucrania sería más que probable.

No obstante no es inexorable que deba ser así. En realidad casi todo el mundo está convencido de que todo depende única y exclusivamente de Vladímir Putin y que solo él sabe cuáles serían las circunstancias que finalmente le hagan tomar una decisión en uno u otro sentido y, en caso de decidirse por una invasión, si ésta sería limitada o de gran alcance.

Y este hecho, el de que todo, o casi todo, dependa de la decisión de una sola persona, que como mandatario cuasi dictatorial de un país poderoso dispone de un poder que puede ejercer casi sin contrapesos ni cortapisas, es el aspecto más preocupante de toda esta crisis.

Los europeos no deberíamos tener ninguna duda, si la tenemos somos idiotas, de que ya somos los más perjudicados con el actual estado de cosas y lo seremos aún más si estalla el conflicto armado.

Putin está traumatizado y obsesionado con la desintegración de la Unión Soviética y la subsiguiente pérdida de entidad de Rusia como potencia mundial, así como también de una parte significativa del imperio ruso del que la URSS fue heredera y de toda su área de influencia en el centro y este de Europa, cuando todos los países del Pacto de Varsovia estaban bajo el yugo de la denominada soberanía limitada, que les obligaba a someter todas sus decisiones a la ortodoxia comunista impuesta desde Moscú.

Rusia siempre estuvo obsesionada con la expansión territorial imperial, que concebía en dos direcciones, hacia el este, hacia Asia, con la conquista de los inmensos territorios de Siberia y del Asia Central, de hecho incluso hasta el continente americano, donde ocupó Alaska hasta su venta a Estados Unidos a mediados del siglo XIX por parte del zar Alejandro II, y hacia el oeste, hacia Europa, llegando a incluir casi todos los países con los que tenía frontera, Finlandia los países bálticos, Polonia, Belarus, Ucrania y Moldavia por sus nombres actuales. Y en el Cáucaso sur, Azerbaiyán, Georgia y Armenia, De esta manera se creaba una especie de zona de seguridad, que protegía a Rusia y le proporcionaba un margen de seguridad ante posibles invasiones.

Rusia nunca hizo auténticos esfuerzos para europeizarse. Mientras que su clase aristocrática adoptaba los usos y costumbres europeos, tenían cocineros franceses y hablaban en familia francés, sobre todo, pero también inglés o incluso alemán, según los casos y enviaban a sus hijos a estudiar a las universidades francesas, alemanas, austríacas o británicas, el sistema de gobierno era una autocracia donde solo mandaba el zar y la inmensa mayoría del pueblo ruso eran campesinos que vivían en la pobreza impuesta por un régimen de semiesclavitud denominado servidumbre, que no fue abolido hasta mediados del siglo XIX por el mismo zar Alejandro II, pero las condiciones reales de vida de los campesinos siguieron prácticamente igual.

La Unión Soviética heredó el Imperio Ruso y tampoco cambiaron las relaciones de poder, solo la autocracia del zar fue sustituida por la dictadura del partido comunista y, durante la época de Stalin, por una auténtica nueva autocracia personificada por el criminal georgiano.

Putin se ha embarcado en un empeño de devolver a Rusia a la categoría de potencia mundial, lo que ha conseguido a base de incrementar los gastos militares hasta niveles desmesurados, lo que ha sido posible gracias a los ingresos generados por los combustibles fósiles, gas y petróleo sobre todo. Pero no ha tenido el mismo éxito en construir un país con un estado de bienestar homologable, el nivel de vida de la gran mayoría de sus ciudadanos no es comparable al de los países occidentales, la renta per cápita está muy por debajo de la media de la Unión Europea y su sistema político no solo no se puede considerar una democracia parlamentaria representativa, sino incluso tampoco un estado iliberal, es peor. Es casi una nueva autocracia, en la que nada ni nadie discute las decisiones del nuevo autócrata. La Duma, el parlamento, está controlado por una mayoría apabullante del partido de Putin, los opositores auténticos son encarcelados, como Navalny, o eliminados, como Borís Nemtsov, o no se les deja presentarse. Los medios de comunicación opositores son censurados o cerrados y los periodistas encarcelados o asesinados, como Anna Politkóvskaya y el sistema judicial está al servicio del poder, como puede observarse en la película Leviatán, de Andreyi Ziyagintsev.

Además, Putin se ha embarcado en un revisionismo de la época soviética y no se tolera la crítica a la misma, ni siquiera a los momentos más oscuros de Stalin. Al contrario, aunque no se le ensalza directamente, se fomenta el orgullo por el momento en que la URSS dio el salto a potencia mundial, cuyo inicio coincidió precisamente con el mandato de Stalin, lo que ha devenido en el hecho de que sea una de las figuras históricas más admiradas hoy en día en Rusia. Y consecuentemente con ello, ha obligado al cese de actividades de Memorial, la única organización independiente que investigaba los crímenes de la era soviética y muy en concreto los de Stalin.

Putin no solo no está interesado en la democracia, sino que la quiere, junto con todos los valores que la acompañan en la Unión Europea, lejos de sus fronteras. Por eso quiere recrear el área de influencia, o soberanía limitada, o directamente absorción, que tenía la URSS. No está claro que se vaya a confirmar con un compromiso de Ucrania de no entrar en la OTAN. Exigirá que tampoco en la UE. Y que tampoco entren en la OTAN Moldavia ni los países escandinavos hoy en día neutrales, Suecia y, sobre todo, Finlandia. Y que se vayan de la alianza atlántica los tres países bálticos. Y después extender su influencia a los países que fueron del Pacto de Varsovia, Y después ……toda Europa, el sueño imperial zarista.

Los europeos no deberíamos olvidar la historia. Ante el riesgo de invasión Rusia de Ucrania deberíamos reaccionar con una sola voz y aparcar nuestros pequeños y egoístas conflictos internos. Nuestro estilo de vida y convivencia, nuestro concepto de democracia y nuestros principios éticos y morales están en juego. Si hemos de sobrevivir en un contexto geopolítico de confrontación nos hemos defender nosotros, si no lo hacemos, ¿quién nos defenderá? Si somos tan cobardes nadie nos tendrá en cuenta y seremos simples piezas en el tablero del gran juego que otros moverán a su conveniencia. Si nos hemos de defender hemos de convertirnos en una potencia verdadera y para ello hemos de unirnos y reaccionar con una sola voz. Las negociaciones no han de ser de Macron con Putin, de Scholz con Putin o del quien sea con Putin, eso es lo que Putin quiere, fomentar la desunión dentro de la UE.

Estados Unidos es un aliado, pero sigue sus propios intereses, no les podemos encomendar nuestra defensa y desentendernos. Tampoco podemos hacer seguidismo acrítico de sus decisiones, ya que serán en su interés, no necesariamente coincidente con el nuestro. También para ser aliados en pie de igualdad nos hemos de transformar en potencia y para ello la UE debe ir unida, incluyendo aquellos miembros que no son parte de la OTAN.

Los europeos debemos decirle a Putin que no aceptamos su amenaza, que no queremos guerra, que queremos paz, entendimiento y colaboración, que estamos dispuestos a negociar con sinceridad y lealtad las relaciones y el “statu quo” con Rusia, pero que nadie tiene el derecho a invadir un país vecino solo por su propio interés, que nadie tiene derecho a limitar la soberanía de nadie, que no vamos a renunciar a nuestros principios y que no vamos a aceptar chantajes con el suministro de materias primas energéticas.

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