Empieza 2022 con múltiples problemas pero, aparte de la omnipresencia de la pandemia de covid 19, uno de los más candentes es la tensión entre Rusia y Estados Unidos y sus aliados, sobre todo la Unión Europea y sus países integrantes, así como el Reino Unido, que tras el 'brexit' ya no forma parte de la UE.
La expresión concreta más evidente de dicha tensión es la intervención rusa en Ucrania, que se concretó en la anexión de Crimea y sigue vigente en la ayuda del Kremlin a los rebeldes prorrusos del Donbás que mantienen una guerra secesionista en el este del país ucranio, y las sanciones económicas por parte de los EE.UU. y los países europeos contra personas e intereses rusos. La acumulación en los últimos meses de fuerzas militares rusas en la frontera con Ucrania y los rumores de una posible invasión militar directa es uno de los motivos del fuerte crecimiento de la tirantez entre Rusia y los países occidentales.
Pero la tensión es más global y se localiza en otros ámbitos más allá de Ucrania. En el apoyo decisivo de Rusia al régimen del presidente el Assad en Siria, también en la defensa rusa del acuerdo nuclear con Irán y su exigencia de que Estados Unidos vuelva al mismo, después del abandono propiciado por el presidente Trump ,y también en la puesta en funcionamiento del gasoducto Nordstream 2, que ha de llevar gas de Rusia a Alemania a través del mar Báltico y cuya entrada en servicio se está viendo demorada por la oposición frontal de USA y algunos países europeos y por las sanciones aplicadas a Gazprom y a las empresas europeas implicadas en su construcción.
La importancia que ambos bandos dan a la situación geopolítica se ha reflejado en las dos reuniones telemáticas que ambos presidentes, Putin y Biden, han mantenido en las últimas tres semanas y en el acuerdo de continuar negociando el diez de enero en Ginebra, bajo el auspicio de la OSCE. Las posiciones están muy distanciadas, pero, de momento, es positivo que ambas partes insistan en que desean y confían en un arreglo diplomático.
Rusia ha dejado muy claro que exige garantías de que la OTAN no admitirá como miembros a más países de la antigua Unión Soviética, aparte de los tres estados bálticos que ya forman parte del tratado, así como de que no desplegará tropas ni armamento en las fronteras de Rusia, ni en Europa, ni en el Cáucaso, en clara alusión a Georgia, ni en Asia Central.
Estados Unidos y los países europeos exigen el cese de la injerencia en Ucrania y advierten de sanciones económicas sin precedentes contra Rusia en caso de intervención.
Precisamente, el gasoducto Nordstream 2 es uno de los temas decisivos que están sobre la mesa. No hay unanimidad entre los miembros de la UE sobre la conveniencia de ponerlo en funcionamiento o no. En conjunto, parece que no es realmente necesario para el suministro de gas a Europa y sería más una jugada geopolítica de Rusia para dividir a los países europeos. Su entrada en servicio sería muy perjudicial para Ucrania, que perdería cerca de dos mil millones de euros al año por derechos de paso por su territorio del gas ruso hacia Europa, otra vuelta de tuerca en el estrangulamiento que Putin ejerce sobre Kiev, además de un gran negocio para Gazprom, las gasista rusa controlada por el Kremlin.
Por otro lado, su no puesta en servicio obligaría a pagar enormes indemnizaciones a la propia Gazprom y a sus occidentales, sobre todo alemanes, indemnizaciones que deberían, básicamente, de correr a cargo de Alemania. Además, favorecería la venta de gas licuado de Estados Unidos, procedente de la fracturación hidráulica, también conocida como 'fracking', del que ahora mismo son excedentarios y que les interesa colocar en mercados exteriores.
La situación es compleja y perjudica, sobre todo, como siempre, a los países europeos, que manifiestan posturas diferentes y, en muchos casos, divergentes, cuando su interés es común y las diferencias reales son mínimas y las colisiones entre ellos se deben más a sus distintas relaciones históricas con Rusia y a la obsesión que ello provoca entre los antiguos países de la órbita soviética, que tienden a favorecer un seguidismo acrítico de las posiciones y políticas de Estados Unidos, que tampoco son siempre las más favorables para Europa.
Es necesario, y urgente que la Unión Europea sea capaz de diseñar e implementar una política propia respecto de Rusia que, sin abandonar en absoluto los compromisos con los aliados, responda a intereses inequívocamente europeos y no ir siempre a remolque de los de Estados Unidos, la propia Rusia, u otras terceras partes.