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El día de los difuntos y algo más

jueves 04 de noviembre de 2021, 09:21h

Este día 1 de noviembre fue un día de los muertos, especial para mí. Por lo que hice y por lo que sentí. Es verdad que la idea de la muerte ocupa (que no okupa) un espacio, cada vez más consolidado en mi mente. Sin ruido sin desencadenar ningún tsunami emocional, por ahora. No ha sido un hecho súbito, sino un proceso, del que soy cada vez más consciente y al que acepto cada vez más. Es verdad que a la fuerza ahorcan, pero precisamente porque estoy vivo y tengo necesidad de darle un sentido a mi vida. En eso se basa la esperanza que nos permite manejar la incertidumbre del futuro. Lo peor de la muerte es que te amargue la vida, en la que importa más lo ancho que lo largo. Me consuela, que cuando yo muera se acabará mi biografía pero no la vida que proseguirá. En ese tren seguirán viajando mis hijos.

Se vive de otra forma si eres consciente de tu caducidad y de tu finitud. Aceptarla convierte cada momento de nuestra vida, en un momento único e irremplazable. Somos el tiempo que nos queda por vivir, como dice el poeta. Conviene, entonces, interrogarse con quien decidimos y a quién le dedicamos nuestro tiempo. El día de los muertos es también el día de los duelos, de las rupturas, de las pérdidas, de las relaciones que no hemos cuidado y de las que nos hemos distanciado. El pasado día uno, fui al pequeño cementerio de mi pueblo, donde están las lápidas de mis abuelos y mis parientes. En todos están la fecha de cuando murieron. No esperaba que esta experiencia me removiera tanto. Una cosa es hablar de ellos y otra ver su fotografía insertadas en sus cruces de hierro, sobre las tumbas.

El silencio de los cementerios cala y evoca. Nos hace de espejo y nos hace ver de qué materia estamos hechos. Fue una vivencia de despertar, donde recibí una sobredosis de consciencia. La imagen del cementerio es un recuerdo que no quiero olvidar, porque pienso que me va a ser de mucha utilidad para recordar que la fragilidad, la vulnerabilidad y la indefensión forman parte de la vida. Es una terapia muy eficaz contra el egoísmo, la vanidad y la megalomanía con la que muchas veces actuamos.

Quiero compartir con ustedes un breve pero afectuoso correo, que me escribió un amigo del que llevo distanciado mucho tiempo “el día de difuntos es tan bueno o peor que cualquier otro para escribirte. A más de que te echo de menos con demasiada frecuencia, hoy más, pues a veces parecerme que te me has muerto. Unas buenas palabras, aún solo escritas, no pueden ser mala causa, si como estas las dicta el afecto y la añoranza. Así que te digo: me acuerdo mucho de tí. Me acuerdo de uno de los mejores amigos que he tenido. Con más cariño que agradecimiento. Me gustaría saber algo, por poco que fuera de vosotros (de Marta también me acuerdo mucho). Y si esta vez mi mensaje te causa incomodidad o disgusto, no será por mi torpeza, sino por mi incombustible manía de decir verdad: sobre todo si es simple, blanca y buena.”. Mi memoria y mi agradecimiento para él.

A veces enterramos a los vivos sin estar muertos. Vivir solo cuesta la vida. Ya saben en derrota transitoria pero nunca en doma.

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