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Crisis energética

martes 02 de noviembre de 2021, 09:30h

Desde hace semanas, varios meses en realidad, venimos asistiendo, y padeciendo, a una subida imparable del precio de los productos energéticos, el más llamativo el de la electricidad, pero también el del gas, del que de hecho deriva el de la energía eléctrica, y de los combustibles de la locomoción.

Esta subida de precios de la energía está golpeando con dureza la economía de las familias, sobre todo de las clases bajas y también de las medias, pero afecta a toda la economía en general, en especial a las pequeñas y medianas empresas, que están absorbiendo el incremento de costos en una situación en que, debido a la inactividad provocada por la pandemia de la covid 19, ya están en precario y no podrán resistir mucho más sin subir precios, lo que repercutirá en el bolsillo de la familias, otro golpe provocado por el alza de precios de la energía.

De hecho, la inflación ha llegado en agosto, septiembre y octubre a niveles que no se veían desde hace muchos años, del cinco por ciento o más en España y por encima del 4 % de media en la Unión Europea. Y todo esto sucede cuando ya se ha ido el calor del verano y aun no ha llegado el frío del invierno y, por tanto, la demanda de electricidad y de gas esté ahora mismo en un valle. Teniendo en cuenta que todos los expertos anuncian que el proceso de incremento de los precios de la electricidad no se detendrá en los próximos meses, cuando la necesidad energética llegue al pico del invierno los precios pueden llegar a cotas inauditas.

Al problema del incremento del precio de la energía producida a base de combustibles fósiles y sus consecuencias sobre la inflación se añade el de la contaminación, la liberación de gases de efecto invernadero, el calentamiento global y el cambio climático que afecta al equilibrio ecológico del planeta y que augura un futuro desastroso para la humanidad si no se actúa de inmediato para frenar el incremento de las temperaturas.

En estos mismos días está teniendo lugar en Glasgow la cumbre del cambio climático, en la que los científicos ya han advertido de la irreversibilidad del proceso. En el menos malo de los casos, si se toman medidas ya para descarbonizar la economía y el desarrollo de los países, se podría conseguir que el aumento de la temperatura se quedase en un grado y medio, menos de eso ya es imposible.

Nuestros gobernantes, de España, de la Unión Europea y del mundo, deben por tanto tomar medidas inmediatas conducentes a reducir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero y conseguir el equilibrio cero no mucho después del 2030. Es decir, no hay tiempo para dudar ni para equivocarse.

Tenemos, por tanto, el problema del precio desbocado de la energía y el de la emisión de gases de efecto invernadero, de la que son directamente responsable algunos de los métodos de producción energética, sobre todo las centrales de carbón, las que usan derivados del petróleo y las de ciclo combinado, que también usan gas.

Las otras formas de producción de energía son la nuclear y las denominadas renovables: hidroeléctrica, solar y eólica, y algunas otras aun en fase experimental, como la que aprovecharía la mareas. Ninguna de ellas emite gases de efecto invernadero. La nuclear requiere una gran inversión inicial y tiene el problema de los residuos radioactivos, que requieren ser almacenados bajo condiciones de máxima seguridad ambiental durante miles de años.

La hidroeléctrica requiere una gran inversión inicial para construir los pantanos, provoca un gran destrozo ambiental al sumergir valles enteros y está condicionada por los ciclos climáticos del agua y, por tanto, depende de los regímenes de lluvias y sequías.

La solar y la eólica también tienen sus problemas ambientales. Las plantas de paneles solares ocupan muchas hectáreas de terreno y los molinos de la eólica destruyen el paisaje y provocan la muerte de muchas aves que chocan contra sus aspas.

Parece por tanto que una combinación de todas estas formas de producción de energía, nuclear y renovables, sería la más adecuada para minimizar los efectos nocivos de cada una de ellas y conseguir eliminar las centrales de carbón y las de ciclo combinado. También el precio de todas ellas es mucho más barato que el de las centrales que usan gas.

En cuanto al coste, hay que tener en cuenta que el precio mayorista final de la electricidad depende del más caro de producción, ya que todos los demás se igualan a él y el más caro es el del ciclo combinado, que está subiendo brutalmente con el precio del gas. Se trata de un sistema absurdo, vigente en toda la UE, que debería ser revisado y modificado de inmediato, ya que perjudica gravemente a los consumidores y beneficia indecentemente a las compañías eléctricas que, además, se sospecha que se aprovechan de un modo desvergonzado. Se ha notificado que muchos pantanos de España se han casi vaciado en estos últimos meses y se sospecha, con mucho fundamento, que las compañías eléctricas lo han hecho para cobrar a precio de ciclo combinado una energía que les resulta muchísimo más barata de producir.

En España, para acabar de “mejorar” el panorama del coste de la electricidad, tenemos un problema añadido desde el 1 de noviembre, fecha en la que Argelia ha cerrado el suministro que nos llegaba a través del gasoducto que pasa por Marruecos, por problemas diplomáticos entre los dos países. Aunque el gobierno argelino ha garantizado que proveerá la misma cantidad de gas, solo una parte del que llegaba por el gasoducto marroquí podrá compensarse con un incremento del que llega por la tubería que conecta directamente con nosotros y el resto deberá llegar por barco en forma licuada, lo que implicará un aumento del coste, puesto que el gas se ha de licuar en plantas en origen, transportar en barcos preparados al efecto y a la llegada, volver a ser convertido en gas en plantas de tratamiento y cada uno de esos pasos tiene su coste añadido, así que el gas aun nos saldrá más caro.

Ello debería mover a otra reflexión que es la de la independencia energética. Mientras estemos totalmente supeditados al suministro exterior de productos energéticos, seremos vulnerables a los vaivenes de la política internacional y a los precios que nos vengan impuestos. Hay que disminuir la dependencia energética y para ello apostar por las energías renovables solar y eólica y considerar seriamente la continuación, aunque sea temporal, de la energía nuclear.

La energía nuclear tiene muy mala imagen por el tema de los residuos y de los posibles accidentes, pero por otra parte es barata si las centrales ya están amortizadas y no produce gases de efecto invernadero, por tanto, durante algún tiempo, mientras se desarrollan las energías renovables no contaminantes, quizás se debería considerar seriamente la continuidad de las centrales nucleares existentes, al menos de las más modernas; las más antiguas, con una tecnología obsoleta, sí deben ser desmanteladas. Francia es el país europeo con menor dependencia energética debido a su apuesta por la energía nuclear, que suministra más del 50 % de las necesidades energéticas del país.

No hay tiempo para dudar. Rebajar el precio de la energía a los ciudadanos, reducir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero y avanzar hacia la independencia energética han de ser los objetivos de nuestros gobiernos para el futuro inmediato.

Veremos que decisiones toman y que políticas implementan.

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