La era poscovid empieza a vislumbrarse, a pesar de que la pandemia ni mucho menos ha terminado, aunque su remisión parece consistente, ni puede en absoluto descartarse que se produzca alguna nueva oleada, aunque los expertos opinan que ya no sería de la intensidad y la gravedad de las anteriores, ni tampoco es imposible que aparezcan nuevas variantes del virus más agresivas o, lo que sería muy preocupante, que escapen de la protección de las vacunas actuales. A pesar de todas estas consideraciones, que introducen un importante factor de incertidumbre en cualquier escenario de previsión del futuro inmediato de la pandemia, es indudable que su evolución actual es claramente a la baja y que podemos empezar a hacer valoraciones de su impacto social y proyecciones de sus consecuencias en el futuro inmediato.
La covid 19 ha tenido hasta ahora efectos devastadores en la economía, en la atención sanitaria y en la vida de las personas, tanto de los que han padecido la enfermedad, como de los que han sufrido la pérdida de seres queridos, o que han tenido que sobrellevar la angustia de semanas o meses de lucha contra la enfermedad.
La economía se recuperará, tardará más o menos y la recuperación será completa o incompleta, pero se recuperará. La pérdida de los que se han ido para siempre será permanente y el dolor por su ausencia imborrable, pero su intensidad irá disminuyendo con el tiempo, como siempre ocurre, si bien en algunos casos dejará un poso permanente de tristeza que puede acabar en problemas persistentes de abatimiento psicológico e incluso depresión.
Las consecuencias para el servicio de salud serán mucho más prolongadas en el tiempo. La pandemia ha provocado reiterados y duraderos periodos de saturación de la asistencia sanitaria, en una primera fase sobre todo de hospitales y UCIs, pero posteriormente también de la atención primaria, lo que ha tenido muy graves repercusiones en muchos procesos asistenciales, especialmente en todos los programas de control y prevención de enfermedades crónicas, en las intervenciones quirúrgicas no urgentes o vitales, como colocación de prótesis y en la asistencia a la salud mental.
Por otra parte, un porcentaje no desdeñable de los han padecido la enfermedad presentan secuelas a largo plazo, algunas de ellas muy incapacitantes, lo que va a requerir programas asistenciales específicos, de los que hasta ahora no había necesidad y que, por tanto, van a consumir recursos sanitarios que hasta ahora no eran precisos.
Especialmente importante va a ser la atención a la salud mental, tanto de los afectados por el síndrome poscovid, como de los familiares, como de las personas, sobre todo jóvenes, que han desarrollado problemas psicológicos como consecuencia de las restricciones sociales impuestas por la pandemia. Es muy preocupante el brutal incremento de depresiones, transtornos alimentarios, autolesiones e intentos de suicidios que se producido entre nuestros jóvenes como consecuencia de la pandemia.
El sistema sanitario no estaba preparado para soportar una pandemia y, a la vez, continuar con la toda la asistencia ordinaria.
Parece evidente que se deberá proceder a un incremento sostenido de los recursos y presupuestos sanitarios y, sobre todo, se deberán establecer sistemas de vigilancia epidemiológica e información global, que permitan la detección rápida de posibles epidemias y la adopción de medidas inmediatas de control que impidan que la situación llegue a los niveles a los que ha llegado la covid 19, sobre todo teniendo en cuenta que todos los expertos han manifestado de una manera casi unánime que es inexorable que haya nuevas epidemias en el futuro próximo.
La era poscovid aun no ha empezado, pero ya debemos empezar a prepararla.