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Otra derrota sin paliativos

martes 24 de agosto de 2021, 07:00h

El final esperpéntico de la intervención estadounidense y de sus aliados en Afganistán, ejemplificado por el desastre de la evacuación desde el aeropuerto de Kabul, cuyas terribles escenas nos retrotraen al 1975, a la azotea de la embajada en Saigón, con una multitud de vietnamitas colaboradores tratando desesperadamente de subir a los últimos helicópteros que partían hacia los buques anclados en el mar de la China Meridional, constituye otro fracaso, otra derrota sin paliativos de la política exterior de Estados Unidos, en una cadena que empezó en Vietnam, siguió en Irak y ha acabado, de momento, en Afganistán, con algún que otro descalabro de menor entidad, como Somalia.

Está claro que los gobernantes y militares estadounidenses no aprenden de sus errores, que siguen cometiendo una y otra vez, No basta con la superioridad militar y tecnológica para imponer un modelo democrático occidental de sociedad después de una primera victoria inicial. Sin un conocimiento profundo de las características sociológicas, religiosas, incluso filosóficas de las poblaciones locales no se puede crear estructuras de gobierno estables y aceptadas por la población y, sobre todo, nada puede funcionar si no se erradica la corrupción.

Las intervenciones norteamericanas en cambio, suelen favorecer a caciques o señores de la guerra locales, más interesados en enriquecerse con la ayuda al desarrollo que a promoverlo de verdad. Con ello se crean gobiernos corruptos que carecen de credibilidad ante sus propios ciudadanos y que solo consiguen adhesiones clientelares, que no vacilan en cambiar de bando cuando vienen mal dadas.

Sin olvidar que la guerra en sí misma es un negocio para muchos contratistas privados que controlan importantes lobbies de presión en Washington y otras instancias internacionales y a los que les conviene la prolongación de la intervención el máximo posible.

El supuesto ejército afgano de 300.000 hombres entrenado, armado y equipado con miles de millones de dólares no era más que un “bluff”. En la realidad la mayoría de soldados existían solo sobre el papel y sus sueldos se los embuchacaban los líderes locales. Según informaciones fiables de periodistas con amplia experiencia sobre el terreno, solo eran auténticamente operativos los 30.000 miembros de las fuerzas especiales, los cuales, viendo el rumbo que tomaba la guerra, han preferido negociar con los talibanes y no luchar por un gobierno corrupto, ficticio y cobarde. Algo parecido sucedió en Irak, donde no menos de 50.000 supuestos soldados solo existían a efectos de que los líderes del gobierno cobraran sus sueldos.

Todo, eso sí, acompañado durante años de una propaganda triunfalista que difundía una situación falsa que nada tenía que ver con la realidad y que, en muchos casos, los políticos y militares estadounidenses y occidentales llegaban a creerse. Si bien es cierto que en las grandes ciudades, sobre todo en la capital, se han registrado con los años algunos avances en materia de derechos humanos, sobre todo de las mujeres y ha surgido una pequeña clase media urbana que ha tenido acceso a la educación y a un cierto bienestar económico, ello no ha llegado ni mucho menos al resto del país, donde no había ni educación, ni progreso democrático, ni económico, ni las mujeres tenían apenas derechos, ni ninguna de las bondades que nos cantaba la propaganda oficial.

Eso mismo les pasó a los soviéticos y por eso, igual que después del abandono de la URSS, todo se está hundiendo otra vez y esa mínima ventana a una vida más próspera y libre, sobre todo para las mujeres, se está volviendo a cerrar a cal y canto.

Y los talibanes, como buenos ultrarradicales que son, no cumplirán sus promesas de moderación, sobre todo en cuanto consigan el apoyo de China o Rusia, o ambos, que les garantice que vetarán en el Consejo de Seguridad de la ONU cualquier resolución ejecutiva en su contra.

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