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Bailando voy

Por Jaume Santacana
miércoles 11 de agosto de 2021, 05:00h

Ustedes me van a disculpar, pero debo confesarles un defecto (llámenle déficit, si lo prefieren) que, desde muy jovencito, me persigue en mi interior sin que yo pueda corregir por muchos esfuerzos que me proponga u objetivos que me plantee.

Para su información, soy licenciado en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Barcelona y -a lo largo de muchos años, los míos- me he ido haciendo una maleta relacionada con el mundo de la cultura.

Pues bien, les resultará como mínimo curioso, el hecho de que, amando locamente toda clase de material relacionado directamente con el mundo del arte y la cultura, una de las especialidades artísticas más reconocidas no encaje con mi particular visión del mundo.

Se trata del ballet (o, en su caso, la danza).

Nunca -reitero, en toda mi vida- he conseguido entender el significado exacto de su existencia; es más, por más que lo haya intentado mil veces, mi mente no asimila la realidad que representa incluir este apartado artístico en la historia general de las bellas artes. Y, lo qué es peor, no tan solo no entiendo la esencia de esta especialidad corporal/musical, sino que jamás he podido captar ninguna de las emociones que se desprende de su espíritu.

Y, les puedo asegurar que no se trata, en mi caso, de un problema de gusto ni oído musical. No es por petulancia, pero les puedo asegurar y garantizar que, gracias a Dios, estoy dotado de una especial atención en este campo musical y, para más inri, gozo de un oído excepcional según me han comentado bastantes expertos en la materia. Además, en su día, cursé la carrera de piano en el Conservatorio y me arreglo, de manera prudente, con el piano y el violín. Por lo tanto, por ahí no va la cosa.

Entonces: ¿a qué se debe mi absoluta frialdad frente a las representaciones públicas que se ofrecen en el terreno de la danza y el ballet? Probablemente, hay un factor de desconocimiento de la materia aunque, por encima de todo, lo que existe es una nula capacidad de “sentir” algo viendo a una serie de personas mover sus, habitualmente, esqueletos físicamente cuidados para representar alguna escena para mi incomprensible.

Al insigne escritor Josep Pla le pasaba lo mismo que a mi. Lo hablé en diversas ocasiones con él y, un buen dia, soltó una frase que, inmediatamente, hice mía: “mire usted, Santacana, yo creeré en la danza -me comentó con su ironía inconfundible- el día que vea a hombres y mujeres subidos a un escenario moviendo sus esbeltos cuerpos para representar el momento preciso en que un contribuyente paga sus impuestos”. Clavado. Y literal.

Mi problema se amplía cuando, observando una qualquiera pieza de este tipo, no consigo ligar la música (ni el ritmo ni la melodía) con el movimiento corporal de los actuantes. En ciertas ocasiones, llego a sentir ligeramente un discreto sentido del ridículo en el espectaculo ofrecido.

A estas alturas de la vida creo, firmemente, que este mi defecto ya no tendrá solución ninguna. Son muchos años que soporta mi cuerpo.

Una de las causas podría llegar a ser una ignorancia supina sobre la cuestión, que no me permite “disfrutar” de tan elevado arte escénico; o bien, que estoy fuertemente negado a la posibilidad de reconocer lo sublime de dichas representaciones.

En fin, creo haber encontrado en este artículo la famosa serpiente de verano... a falta de otra cosa que contarles bajo el bochorno que nos atenaza.

Lo intentaré de nuevo. Lo prometo.

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