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El semi, ese cole

Por José A. García Bustos
sábado 31 de julio de 2021, 12:47h

Se dice que la familia debe educar y el colegio formar pero, si bien estoy de acuerdo en lo primero, lo segundo es incompleto. El colegio, o más bien, los profesores, no solo imparten formación sino que también educan. Y lo hacen complementando los valores que nuestros padres nos transmiten en casa.

La prueba de ello es que cuando establecemos una fuerte conexión con nuestra época escolar, ya sea porque, por ejemplo, mantenemos una charla fortuita con un antiguo profesor o tras la visita a las aulas después de decenios, no todo lo que rememoramos proviene del hipocampo cerebral, zona de los recuerdos, sino que mucho proviene del corazón e incluso diría que parte ya está incorporado en nuestro ADN. Sentimientos y emociones se juntan con recuerdos.

A los recuerdos me quiero referir. Es cierto que emanan recuerdos del conocimiento que nos transmitieron: aquella capital, aquel pintor o aquella fórmula química o matemática que aprendimos en aquel curso. Los conocimientos aprendidos y aprehendidos son los que vomitamos jugando al Trivial. Sin embargo, cuando se produce esa conexión intensa con nuestra época escolar, recordamos también que gracias al carisma y a la entrega de algunos profesores aprendimos a razonar, a tener un espíritu crítico a cuestionarnos las afirmaciones de otros, a ir seguros por la vida, a ir con la cabeza bien alta, a no dejar nunca de aprender y a inculcar esos valores a nuestros hijos.

Sí, la influencia de aquellos profesores trasciende nuestras vidas y su aportación la trasladaremos a nuestros hijos, vía educación familiar. Ellos complementaron la educación recibida en casa y pasarán a formar parte de la que impartamos desde casa. La educación recibida tiene la capacidad de cambiar no solo el mundo presente sino el futuro. Así se entiende la magnitud de la afirmación de Mandela de que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo.

He tenido varias de estas conexiones intensas con mi infancia escolar y son de lo más gratificante.

La primera fue cuando nos juntamos en el antiguo IO gran parte de excompañeros de colegio al cumplir cuarenta años. Fue un viaje en el tiempo alucinante y un efluvio de sentimientos que evocaban al recordar cómo mi “yo” infantil y adolescente iba aprendiendo a ser el “yo” actual, con aciertos pero sobre todo, errores. Para que luego digan que no es bueno equivocarse.

El encuentro fortuito con algún profesor ha provocado efectos similares. Encontrarme a Toni Figueras, (entrañable profesor que nos hizo reflexionar a través de Las Meninas o El Quijote sobre la fina línea entre ficción y realidad) tomando un café tuvo un efecto similar. O también experimenté esa intensa conexión cuando Ezequiel, carismático profesor de Física y Química que empezaba a tratarnos como adultos de 12 años, asistió a una cena de exalumnos hace tres veranos. Lo mismo me pasó cuando encontré a la salida del banco donde trabajé a Joan Trías (DEP), ese profesor de religión que nos enseñaba a vivir en libertad y a cuestionarnos todo, incluso la religión, en clases llenas de enriquecedores debates.

Esta semana he vuelto a tener esa intensa sensación. La excompañera de aula y exdiputada del Parlament, Marga Capellà, ha pasado por Whatsapp una foto con tres de nuestras profesoras más queridas y que tanto nos aportaron de esa educación extrafamiliar a la que me refiero: Antònia Rosselló, Monique y Mària Àngels Llull. La primera nos enseñó Historia y Arte, con mayúsculas, la segunda, amor y conocimiento, también con mayúsculas, por la Lengua Francesa y la tercera por la lengua y literatura, tanto española como catalana. Aún conservo un ejemplar dedicado por ella de “El cant de l’ocell” de Anthony de Mello, libro para el crecimiento espiritual, que me regaló fuera de las aulas a mis 16 años, con toda intención. Las tres nos enseñaron mucho más que conocimiento teórico sobre la materia impartida en clase.

Mi colegio fue el Seminario (Sant Pere) al que coloquialmente nos referimos como “el semi” pero cada uno de ustedes tiene su “semi” particular (sustitúyanlo por La Salle, el CIDE, Madre Alberta, Motisión o cualquier otro) y la educación transfamiliar (el prefijo trans- como sinónimo de más allá) que recibieron va ya dentro de su ADN y la transmitirán a sus hijos.

Quiero dar gracias a aquellos profesores que nos aportaron tanto y cuya enseñanza sobre la vida, está incorporada en nuestro día a día. Sin ellos, yo no sería lo que soy. Sería otra persona y ahora estaría escribiendo de otra cosa y de otra forma. O quizá ni escribiría.

Somos lo que somos gracias a nuestros padres pero también gracias a aquellos profesores que con ilusión transmitieron su conocimiento pero también sus propios valores. Tras un “annus horribilis” marcado por la pandemia, los grupos burbuja, los desdobles y las cuarentenas, se me ha ocurrido emplear este espacio para dar un agradecimiento público a los profesores en activo que están modificando a las personitas que asisten a sus clases.

Sobre todo, demos un fuerte agradecimiento a los profesores de nuestra infancia y adolescencia (la universidad es otra cosa; ahí ya vamos educados) que nos pulieron tras el molde que llevábamos de casa.

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