Sí, claro, se sabe a ciencia cierta. El calendario gregoriano -elaborado mayormente por criterios astronómicos- no ofrece dudas al respecto. A finales de julio toca calor, es decir, temperaturas altas, bochorno, sofoco, sequedad; es lo que hay.
No deja de ser altamente curioso que, justo en esta época del año, en plena canícula, en la estación que denominamos comunmente verano, una gran mayoría de la población circule por ahí comentando, a viva voz, que hace calor. Se trata, más o menos, de las mismas calenturas que se prodigan en este período del año.
La gente, el populacho, como que no comprende la naturalidad que ofrece el clima estival y, en todo momento, queda sorprendido por los ardores inherentes al momento temporal, cosa que le hace comentar, continuamente, aquello que representa la lógica más pura y simple.
En la verdulería -por poner un ejemplo- cada una de las personas que aguardan turno pacientemente, reiteran, en su momento estelar (cuando su tanda les abre la posibilidad real de adquirir sus alimentos) lo caluroso que está siendo este verano, que si no se puede aguantar, que si no se puede dormir de noche, que si no sopla ni una brizna de aire, que si así no hay manera, que si el ahogo asfixia... y un largo etcétera de lamentos con sus correspondientes quejidos.
Las que lo tienen más jodido son las propias verduleras, que se ven obligadas a ir atendiendo, una por una, a sus clientas a base de una especie de jaculatorias que vienen a ser la razón de ser (valga la redundancia; o no, ustedes deciden si me indultan o no) de aquella famosa sentencia que reza que “el cliente siempre tiene razón”. A las tenderas no les queda otra que, para ahorrar palabrería, responder a las clientas con subterfugios construidos con expresiones breves: “Uy, sí, Margarita”, “ni que usted lo diga”, “no se puede soportar”, “vaya que sí”, “es terrible”, “qué me va usted a contar, Catalina”, etc...
Personalmente, me cuesta soportar tanta tontería reincidente y exenta de originalidad, sobre todo, cuando los sujetos que se exprimen de tal manera suelen ser adultos (incluso ancianos) que llevan diciendo lo mismo desde la prehistoria más histórica. Y lo peor, ni se dan cuenta de la idiotez de tales comentarios (que no van a hacer que refresque), ni, mucho menos, de lo cansinos que llegan a ser para los terrícolas y humanos que intentamos no llamar la atención en este sentido; por pura inteligencia.
Este tipo de vulgo son, exactamente, los mismos que, durante el período invernal, repiten la misma cantinela, la misma matraca, los mismos latiguillos y muletillas, solo que refiriéndose al frio que pela.
Debería ser obligatoria la colocación de unas mascarillas especiales que acallaran el sonido de sus voces para no interferir en el sentido común y lograr una paz social que los 'normales' reclamamos, sin éxito, durante décadas.
Creo, firmemente, que las intimidades que cada cuerpo refleja en su interior (y en su exterior, también) se deben y se tienen que guardar, bajo llave, para no contagiar al resto de la población, principalmente porque, además, nadie puede hacer nada para aminorar la situación. Todo esto es muy personal e ir por ahí pregonándolo no hace ningún bien, aparte de ser francamente agobiante.
Les deseo a todos ustedes y ustedas que disfruten de una felices vacaciones y, por favor, si pasan calor se lo aguantan o se refrescan con agua, hielo, cerveza o ventiladores. No les recomiendo los aires acondicionados que resecan la garganta y producen amigdalitis aseguradas.
¡Que ustedes lo pasen bien!