La expansión explosiva de los contagios de covid 19 en las dos últimas semanas en nuestro país, que ha batido todos los récords de las oleadas anteriores y que implica que los epidemiólogos opinen que estamos ya, sin duda, ante la quinta ola de la pandemia, nos ha colocado ante una realidad mucho más dura de lo que habíamos previsto.
La propagación y el aumento fulgurante del número de casos cuando pensábamos que teníamos relativamente controlada la epidemia, ha sido una cura de humildad y debe ser motivo de una reflexión profunda para el futuro próximo y nuestra convivencia con esta infección.
Convivencia es la palabra clave. Vamos a tener que convivir con el virus durante mucho tiempo, probablemente de manera indefinida, y ello va a significar tener que modificar significativamente nuestras costumbres, modo de vida y, sobre todo, modo de relacionarnos, de socializar.
La oleada actual, por mucho que sea verdad, que lo es, que está teniendo una mortalidad mínima y no parece que vaya a empeorar y que tampoco es probable que sature las ucis como las oleadas anteriores, debido, sobre todo, al hecho de que afecta a gente joven, que se sabe que no suelen desarrollar formas graves de la enfermedad, está teniendo un grave impacto sobre el sistema sanitario; sobre la atención primaria, ahora, pero va a impactar también inexorablemente en los hospitales, y todo ello va a poner nuevamente en peligro la atención a muchos otros procesos y enfermedades, especialmente crónicas y tratamientos quirúrgicos programados, lo que va a suponer un empeoramiento significativo de la calidad de la asistencia sanitaria y de la calidad de vida de los ciudadanos.
Los epidemiólogos tienen pocas dudas de que la causa de esta nueva oleada ha sido una combinación de factores que no han sido adecuadamente calibrados por nuestros gobernantes: el inicio del verano y de las vacaciones escolares suponía la movilidad masiva de la población de adolescentes y jóvenes, todos no vacunados, si se abría el grifo de viajar entre comunidades, el ocio nocturno, y se eliminaba la obligatoriedad de la mascarilla en espacios abiertos; y ello, combinado con la variante delta, mucho más transmisible y agresiva, ha supuesto la explosión actual de la pandemia.
Así pues, hemos puesto a disposición del virus una autopista de personas no vacunadas por la que está circulando sin freno. Y hay otra consecuencia: muchos expertos ya opinan que no podremos controlar la epidemia hasta no llegar a más del 90 % de la población vacunada, siempre y cuando no aparezca alguna variante para la que las vacunas no protejan. Y también opinan que es muy probable que nunca alcancemos la inmunidad de grupo, es decir, que no se conseguirá que el virus deje de circular, lo que implica que tendremos que convivir con el virus indefinidamente, vacunarnos con frecuencia, sobre todo contra nuevas variantes que vayan apareciendo, y modificar significativamente nuestro comportamiento, manteniendo algunas de las medidas de autoprotección que se han mostrado muy eficaces, como el uso de mascarilla, la restricción de reuniones sociales, el lavado y desinfección de manos y el mantenimiento de distancias de seguridad.
No parece que vayamos a poder volver a nuestra vida anterior a la pandemia, a lo que llamamos la 'normalidad'. Lo más probable es que la 'nueva normalidad' sea ya la 'normalidad' a partir de ahora.