En situaciones de miedo o crisis el Estado ha incrementado su presencia en la vida de los ciudadanos como garante de seguridad. Pero eso nunca ha salido gratis. A cambio se paga un precio: la retrocesión en los derechos de los particulares.
Pasó el 11-S de 2001. En aquél entonces la Ley Patriótica estadounidense aumentó la capacidad de control de Estado y justificó la invasión de otros países o la intervención, que aún perdura, de las comunicaciones entre personas. La excusa fue el miedo a un nuevo ataque terrorista.
Y ha vuelto a pasar con la pandemia. En esta época de miedo al virus el Estado ha avanzado a costa de la libertad individual como nunca. La excusa ha sido la salud pública aunque a veces, han ido más allá.
Nos dicen que con la excusa de mantener el virus a raya tienes que estar en casa o tienes que cerrar el negocio y endeudarte si quieres seguir pagando los costes fijos; que una vez abierto tienes que abandonar la consumición en la terraza a partir de las 23h aunque haya colas y concentraciones en la acera. O que tienes que vacunarte acarreando tú mismo con las consecuencias de que la cosa no vaya bien aunque el producto que te inyectan no se haya testeado suficientemente o aunque ahora hayan acuñado un oxímoron como el de “vacunados no inmunizados”.
Pero más allá del virus nos prohíben con excusas variopintas. Con la excusa del cambio climático no debes comer carne de vacuno o con la excusa de afrontar una emergencia te pueden expropiar tus bienes u obligarte a realizar algunas prestaciones.
Aun ignorando la excusa, algunas prohibiciones son también variopintas. En Singapur multan por mascar chicle en la calle, en Rusia por conducir un coche sucio, en Suiza por tirar de la cadena a partir de las 10 de la noche. En España no nos salvamos: en dos playas de Tenerife multan por hacer castillos de arena, en un pueblo de Guadalajara por tener fregonas en el balcón, en Sevilla se prohíbe jugar al dominó en terrazas o en Palma, ciudad infestada de grafitis sin gusto, se prohíbe el mural en la fachada de un hotel pintado por el artista José Luis Mesas.
Y esperen porque está a la vuelta de la esquina la Agenda 2030 o el Nuevo Orden Mundial que traerá nuevas excusas para nuevas prohibiciones.
Entre tanta asfixia normativa rescato una figura liberal como la de Milton Friedman, premio Nobel de economía, que abogó por reducir el Estado a la mínima expresión.
Ahí donde en España tenemos un Ministerio de Igualdad que cuesta 500 millones de euros al año y que prácticamente exige un consentimiento escrito antes de tener relaciones sexuales para salvar tus espaldas, Friedman decía que: "La sociedad que antepone la igualdad a la libertad no tendrá ninguna de las dos cosas. La sociedad que antepone la libertad a la igualdad obtendrá una gran medida de ambas".
Hablando de igualdad, afirmó Friedman que el sistema de libre mercado es mucho más igualitario que otro tipo de políticas impositivas porque “al mercado no le importa el color o la religión de la gente, solo le importa si puede producir algo que usted desea”.
Como curiosidad, Friedman fue un visionario y predijo en 1999 la aparición de bitcoin que no hace más que emplear Internet para reducir la fuerza de los gobiernos en la creación de dinero. Justamente fue un año antes de esa predicción, en 1998, cuando Satoshi Nakamoto, de nombre real Craig Wright, empezó con el embrión de bitcoin: el establecimiento de un sistema de micropagos. Tras meditarlo mucho, encontró una respuesta convincente ocho años después, en el año 2006. En 2007 empezó a programarlo.
Son casi 24 años desde la concepción inicial. Una creación tan perfecta como el auténtico bitcoin no pudo haberse creado en menos de un año, tal y como falsos gurús predican diciendo que apareció en enero de 2009 como excusa y reacción a la crisis de 2008. Seguro que lo han oído en innumerables ocasiones. Es falso.
No den por buenas las excusas que nos cuentan y sobre todo aquellas que sirvan para construir falsos argumentos a partir de los que restrinjan nuestras libertades. Una vez perdidas y aun con la excusa de la provisionalidad, la mayoría de ellas nunca volverán.