Con motivo del final del estado de alarma hemos visto este pasado fin de semana escenas muy preocupantes de aglomeraciones masivas de personas, sin respetar las medidas de distancia, ni el obligatorio uso de la masacarilla. El espectáculo ha sido alarmante, sobre todo en aquellas comunidades autónomas en las que también decaía el toque de queda, pero se mantenía el cierre nocturno de bares y salas de fiestas, lo que llevó a una auténtica invasión de determinadas calles y plazas por multitudes, sobre todo de jóvenes, poseídos de una euforia desmedida y un falta absoluta de sentido de precaución y responsabilidad.
Aquí, en Mallorca, donde se mantiene el cierre nocturno y el toque de queda, también se produjeron hechos lamentables en forma de manifestaciones de protesta contra el Govern y su presidenta, en las que muchos de los presentes tampoco observaron las medidas de protección, tanto en lo que se refiere a la distancia de seguridad, como al uso de la mascarilla. Muchos de los manifestantes eran personas relacionadas con la hostelería, la restauración y el ocio nocturno, y otras eran simplemente ciudadanos, todos ellos contrarios a las medidas restrictivas promulgadas por la administración autonómica.
Es absolutamente respetable el derecho de las personas a manifestarse y protestar contra las decisiones de los gobiernos que consideren lesivas para sus intereses, empresariales, laborales, o simplemente vitales, pero es exigible a todo el mundo la responsabilidad de comportarse de acuerdo con la situación de emergencia sanitaria que estamos viviendo y, por tanto, respetar las medidas de protección contra la diseminación de la infección.
Reunirse y manifestarse sin mascarilla y sin distancia implica inexorablemente favorecer la expansión del virus y, por tanto, es una absoluta falta de responsabilidad y de solidaridad, puesto que ello cuesta enfermedad y vidas, y uno de los aspectos inaceptables de estas manifestaciones es la presencia de elementos negacionistas, como una energúmena que vimos entrevistada por televisión, que solo era capaz de vociferar con expresión de poseída: “¿Para qué sirven las masacarillas?”.
Todos estamos cansados, pero debemos ser conscientes de que seguimos en pandemia y de que aun no ha llegado la tan anhelada vuelta a algo similar a la antigua normalidad. El número de contagios sigue siendo muy alto, sigue habiendo muchas personas ingresadas en los hospitales y en las UCIs, y siguen muriendo personas cada día, así que no es aun el momento de abandonar las medidas de autoprotección.
El Gobierno central ha actuado con irresponsabilidad al no prolongar el estado de alarma, al menos, unas semanas más. Lo ha hecho, probablemente, por puros intereses políticos partidistas, y ha conseguido provocar el caos al no haber realizado una campaña de información a los ciudadanos y al dejar a las comunidades autónomas a merced de los tribunales superiores de justicia que, como hemos visto en estos dos días, son capaces de tomar decisiones diametralmente diferentes en distintas comunidades, lo que nos lleva inexorablemente al Tribunal Supremo, cuyas sentencias serán ya de obligado cumplimiento en todo el territorio español. Así que seguimos sometidos a las decisiones de unos señores que nada saben de sanidad, ni de epidemias, ni de infecciones, ni de epidemiología, por culpa de un Gobierno central desorientado y cobarde, más pendiente de su supervivencia que del bienestar de los ciudadanos.
La vacunación está alcanzando, por fin, una buena velocidad de crucero y, por tanto, parecería que lo lógico hubiera sido alargar el estado de alarma unas semanas hasta que el 70 u 80 por ciento de la población haya recibido la vacuna y la circulación del virus disminuya drásticamente.
Mientras tanto, la decisión del Govern balear de mantener restricciones en la hostelería y restauración, aunque suavizándolas, y el toque de queda, parecen prudentes y acertadas teniendo en cuenta que seguimos en pandemia.