Cantaba Joan Manuel Serrat, aquello de “niño, eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca… en su canción “esos locos bajitos”. Y, así, sin dejarnos “joder” con la pelota, hemos llegado a nuestra senectud -si aplicamos el cambio biológico, a nuestra aún madurez-.
Cuando éramos niños en el colegio, el dueño de la pelota marcaba los tiempos de juego. Tal vez fuera esa la razón, por la que muchos niños pedíamos a los Tres Reyes Magos, que nos trajeran una. ¡El poder que daba, era inmenso! Un globo de plástico o de cuero, te convertía en el Rey del Mambo. ¡En el Señor de los “recreos”! tú decidías cuando empezaba y terminaba cada partido. ¡La pelota es míiiiiaa!
Entre unas cosas y otras hemos crecido con esa perspectiva y al hacernos mayores, hemos querido seguir teniendo la pelotita en nuestras manos. Solo que ahora, ya no está bien visto dejarles claro a los demás que queremos ostentar la titularidad de semejante artilugio. ¡Cosas de los cambios por la edad! Y, además, en lugar de pelotita, tenemos cetros, actas, nombramientos, mesas de despachos, botones rojos, etcétera. Y también nuestro lugar de juego, ha pasado de aquellos patios de colegio, a las actuales, empresas, consejos de administración, parlamentos, gobiernos, ayuntamientos, comunidades de vecinos, sindicatos, y un largo etcétera. Las ganas de tener la voz cantante, no han cambiado en absoluto; aunque sí que ha evolucionado la maldad, la avaricia y el ansia desmedido de poder que se ha ido acrecentando con el paso de los años.
En ese paseo por las etapas de la vida, los aspirantes a tener el contacto con el “balón de oro” han tenido que preparar proyectos, formarse de modo adecuado e intenso y tragar -por qué no decirlo- muchos sapos. Y, naturalmente, en esa mochila formativa y ejecutiva, el espacio dedicado a la comprensión y a la rectitud se iba disminuyendo a medida que iba creciendo la costumbre de mandar sobre los demás, y también el tener que aceptar lo inaceptable con tal de que subsistiera lo que tenía que subsistir según lo dictara el que ya poseía el mandato divino de Don Balón. ¡Siempre hay alguien que manda en el juego!
Quienes marcan la pauta -tal vez porque sean los que se sienten propietarios del esférico- deciden quien juega y/o, lo que es peor, cómo se ha de jugar. Deciden, en definitiva, no solamente lo que se ha de hacer, sino también y en muchos casos, lo que se puede o debe decir -niño eso no se dice…-Por ejemplo, cuando alguien hace una observación o una pregunta incómoda a algún político o gestor de empresas, siempre se tiene la sensación de estar corriendo el riesgo de recibir una “sogazo[1]”. A veces, incluso, se pasa de la sensación a la realidad, sin darse uno ni cuenta.
Para tratar de aclarar mejor mi visión de este “poder” de los de “más arriba” sobre los que están, inmediatamente “más abajo”, nada mejor que algún ejemplo. Y en esa gaveta hay muchos, pero voy a nombrar solo algunos, que por ser muy recientes, creo que ilustrarán mejor este tema.
Colea en estos días -y lo que te rondaré, morena- lo ocurrido en el seno de un partido político, donde alguien tuvo un mal día con unas declaraciones en la prensa y desencadenó la casi ruptura del propio partido -niño eso no se toca…- Se trataba de unas posibles comisiones -después se aclaró que era solo el pago por un trabajo profesional- que había cobrado un familiar de alguien vip de la política. Pasados unos días del movimiento telúrico, y tras un pase por la banda, rozando la línea de cal, la bola volvió a estar en su sitio: se eliminaron todos los indicios de lo que fuera que fuese -La pelota en “casa Justicia”, quien dirá si fue bulo, comisión, pago o tráfico de influencias-; se depuraron algunas presencias poco defendibles y “aquí paz y en el cielo gloria”. Casi todos hermanados nuevamente y jugando alegres e ilusionados con tener el balón; pero ahora, de “reglamento[2]”. Lo cierto es que en ese campo de juego, muchos la quieren.
Semanas antes -mes arriba, mes abajo- , nada más y nada menos que un señor obispo de la Santa Madre Iglesia Católica, se metió a médico y confundió la velocidad con el tocino a la hora de valorar la homosexualidad -niño, eso no se hace...- Una llamada invitándole a visitar el Vaticano, donde tiene despacho “el Jefe”, bastó para que se dejara claro meridiano que “donde dijo digo, tenía que haber dicho Diego”. Y, una vez más, asunto resuelto: a levantarse la sotana y a seguir dándole pataditas al ovillo y marcando las pautas del juego, tal que si la pelota fuera solo suya.
Y, ahora, “va y nos pare la abuela”, ¡cosas de la vida! Cuando se habla de poder sea en forma de redonda pelota o de metralleta, no podían quedarse fuera los “grandes pelotudos”. Uno de ellos, con apellido muy al pelo, no ha resistido la ocasión de dejar claro que nivel tiene cuando de lo que se trata es de poseer el símbolo del que hablo. O se juega con sus normas o se rompe la baraja. Y, como no tenía naipes a mano, pues ha decidido darle una patada a la paz mundial. El otro, a frotarse las manos porque ha visto una posibilidad de figurar, una vez más, como jugador de élite en esto de tener el control “pelotero”.
¿Existirá alguna forma de jugar sin tener que preocuparnos por el dueño de la pelotita de las narices?
Soy capaz de imaginarlo. Bastaría con que la humanidad, en cada rincón donde viva, se entere de una vez por todas, que quien marca las normas de juego, no tienen por qué ser quienes mantengan la posición de dueños de la pelota. Sería suficiente, que la ciudadanía empezara a valorar más la verdad y la entereza, aunque duela, que los intereses y los paños calientes. ¿Cuántas veces habrá que solicitar listas abiertas para elegir a quienes gestionen los gobiernos? Ayudaría, también, que no se permitiera dar valor a palabras emitidas por quien no tenga la preparación necesaria para hablar del tema que se trate; por mucha aureola de poder que crea que tenga. Y, en el Orden Mundial, no estaría nada mal, si se dejara de justificar todo según su peso económico.
En nuestro País, habría que hacer nuevas leyes -no viejas y parcheadas- para que los delitos no quedasen sin castigar y/o se adecuasen, las penas, a los delitos. Si en su momento se decidió y se votó, vivir en un País de Derecho, ¿por qué no darnos Leyes que nos permitan convivir sin tener que echar la vista atrás?
Busquemos puntos de conexión que nos permitan salir airosos de aquellas situaciones mediáticas que nos enfrentan a unos seres humanos, con otros. ¡Huyamos de la subjetividad a la hora de valorar lo propio y lo ajeno!
Siguiendo con la letra de Joan Manuel Serrat, y aplicando su filosofía, hagamos lo posible por dejar de “joder con la pelota”.
[1] “Sogazo”, expresión que usaba un amigo del norte de Tenerife –también se usa en México y en Cuba, para referirse al golpe dado con una soga.
[2] “Reglamento”, así se conocían los balones de fútbol buenos en los años 60-70 (cuero cosido).