Cuando lo vi no pude reprimir el asombro, ¡que maravilla!
A pesar de conocerlo casi como si fuera de la familia, habérmelo llevado a casa en muchas ocasiones, transformado en imágenes, frutos o vainas secas, cuando lo vi la última vez no pude reprimir el asombro.
Pocas veces antes lo había visto tan orgullosamente verde, saludable, con hojas brillantes y frutos que empiezan a adquirir color amarronado.
Tras la colocación de una placa que lo caracteriza como árbol emblemático, incorporando nombre y apellido, los afortunados que se acercan para disfrutar de su sombra o su follaje parecen haber aumentado.
No cabe duda, la mayoría de las veces la “propaganda” consigue dotar trascendencia a las cosas que anuncia.
Perdón, el entusiasmo me ha impedido identificar el sujeto de tanto predicado, lo que estoy intentando describir es el baobab situado en la intersección de las calles Pilar y Suárez Guerra de Santa Cruz de Tenerife.
Me alegró muchísimo constatar que ya no le quedaba ninguna cicatriz en su corteza, tras el atentado, mitad vandálico, un tercio excesivo y el último tercio digno de estudio psicológico, perpetrado a su integridad por un ser humano con valores confundidos, porque hay que querer muy poco o mal a otra persona para entretenerse en escribir con navajas, destornilladores o vaya a saberse que otro artilugio, en un extraña caligrafía, dos palabras inventadas para ser sublimes: “Te amo”.
Por suerte el mensaje fue escueto, la herida propiciada definía destinatario, eso sí, manifestado dos veces al modo de un amante reiterativo.
Pensando en el afecto, el cariño o el mismísimo éxtasis, ¿no hubiese sido mejor mostrarlo y decirlo a la cara en vez de requerir intermediarios. Por los menos eso se le exige a los amorosos o amorosas porque con los odiadores el asunto cambia: sólo entienden de insultos, acusaciones o maldiciones , habitualmente plasmados en paredes, muros o fachadas con pintura negra o roja de rabia.
Regresemos al baobab de la ciudad, ejemplar único por su belleza y también porque no hay otro, que nada tiene que ver con sus homólogos que crecen en el continente africano de donde es originario.
El que nos ocupa podría ser considerado un “inmigrante”, que a fuerza de asfalto, tráfico y humo se fue aclimatando como pudo, perdiendo la morfología de sus congéneres, fenómeno que también les ocurre a otras especies como los palos borrachos, que en vez de crecer mostrando barrigas orondas se estilizan aumentando en altura, como si pretendiesen alcanzar el cielo en vez de aquerenciarse con la tierra, como hacen sus parientes de las pampas.
Distintos sustratos, distintas temperaturas y humedades no le impiden ser trascendentes a ninguno de los dos, viven y no necesitan expresarlo con palabras, son pura generosidad, sin atender las dudas que abrigaba “El Principito” aterrorizado por las semillas del baobab, porque: “.. ocupa todo el planeta. Lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño, y los baobabs son demasiado numerosos, lo hacen estallar”
El baobab de Santa Cruz, ya lo expresé arriba, tiene poco que ver con sus hermanos, por ejemplo los de Senegal, donde se los consideran casi como un árboles sagrados.
La literatura popular, muchas veces glosada en leyendas, asegura que en un comienzo, en el principio de los principios, un rato después de que se hizo la luz, apareció el baobab, y lo hizo siendo terriblemente presuntuoso, pretendiendo competir por su porte y belleza, con el mismísimo creador.
Esta actitud molestó a otras criaturas, que a pesar de que reconocían grandeza reprochaban su falta de humildad.
Los desafíos no siempre salen bien, por eso, con ánimo de propiciarle un escarmiento que pusiera fin a tanta vanagloria, al creador de todas las cosas se le ocurrió un remedio, lo pondría al revés, con las raíces hacia arriba y la copa enterrada debajo de la tierra.
El que está en el centro de Santa Cruz tuvo que haber recibido alguna indulgencia, porque no se parece un baobab, pero lo es.
En África alcanzan tamaños de colosos, algunos milenarios son monumentos vivientes, pero como todo lo que palpita son vulnerables, hoy más que antes, por culpa de lo que sería redundante explicar.
Los que saben y lo aprovechan aseguran que su fruto contiene más vitamina C que cualquier cítrico, los botánicos lo califican como prodigios naturales, capaces de acumular cantidades increíbles de agua y regalar nutrientes sin fatigas.
Afortunadamente nosotros no necesitamos al que nos ocupa para subsistir, simplemente lo necesitamos para ser mejores, cuidarlo, disfrutarlo y preservarlo para el futuro.
El que tenga suerte a la hora de admirar podrá verlo pronto con flores blancas, también sorprenderse con su fruto / baya pendiendo de alguna rama alta, simulando ser una especie de melón o calabaza pequeña confundida de sitio.
Y si el privilegiado es sensible podrá acariciarlo, que es una forma como cualquier otra para significar “Te amo” sin herir.