OPINION

Corren malos tiempos para la lírica

Miquel Pascual Aguiló | Viernes 02 de abril de 2021

Esta frase se utiliza para referirse a que, cuando corren tiempos mercantilistas, es mal momento para dedicarse a actividades de inspiración, como la poesía.

Fue el poeta alemán, nuestro admirado Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898-Berlín, 1956) quien dedicó uno de sus más famosos poemas a esta expresión.

La crisis económica nos ha azotado con fuerza; hemos tenido que acostumbrarnos a ella, a la precariedad, al conformismo y a la incertidumbre laboral y económica.

Desde hace demasiado tiempo, convive con nosotros una grave crisis de valores. A los que ya peinamos canas nos enseñaron en la escuela ciertos valores morales y sociales, pero con el paso del tiempo se han convertido en valores del abuelo Cebolleta (epónimo de uno de los personajes de la historieta española 'La familia Cebolleta', que siempre estaba tratando de contar sus 'batallitas' a su sufrida familia. Historieta creada por el dibujante Manuel Vázquez que apareció por primera vez en las páginas de la revista El DDT en 1951).

Continuamente aparecen nuevos casos de corrupción de políticos y/o de banqueros que, cegados por la codicia, aspiraban a atesorar más riquezas de las que ya poseían, personajes muy dignos y refinados que disfrazados con chaqueta y corbata querían ocultar su auténtica identidad de verdaderos miserables e indignos.

El mundo vive hoy atemorizado por una guerra silenciosa alimentada por el fanatismo religioso. Nos hemos vuelto insensibles ante las imágenes de pequeños niños africanos desnutridos; hoy estamos aún más curtidos ante las imágenes sangrientas que nos ofrecen a diario de víctimas de ataques terroristas o de los devastadores efectos de la guerra.

Vivimos cada vez más en un mundo más interactivo, estamos comunicados en todo momento, en cualquier lugar, en cualquier ocasión. Pero, ¿merece realmente la pena saber que un amigo al que seguimos en las redes sociales ha comido un bocata de jamón serrano y queso o que ha ido al teatro a ver un musical?

Estamos en contacto permanente con diferentes grupos de amigos a través del Whatsapp, de Instagram, de Facebook, de Twitter... Pero, ¿no es mejor verse cara a cara en vivo, con nuestros gestos, con nuestras expresiones corporales, y no a través de ridículas figuritas llamadas emoticonos? No estoy en contra de las nuevas tecnologías, todo lo contrario, pero sí del mal uso que hacemos casi todos de ellas, con las que cada vez vamos perdiendo más la esencia de las relaciones humanas y todos necesitamos un largo período de desintoxicación.

Proclamamos, sacando pecho, la igualdad entre hombres y mujeres en una sociedad civilizada, pero desgraciadamente siguen aumentando los crímenes de violencia de género.

Conociendo nuestra historia, seguimos tropezando con la misma piedra, enfrentándonos en guerras absurdas. El mundo y sus moradores, si nos paramos a pensar, no han cambiado tanto a lo largo de los siglos; más bien, yo diría que no han cambiado nada.

Solo cuando lo perdemos valoramos lo que tenemos, nunca antes; cada vez somos más materialistas; siempre queremos tener más.

Vivimos en la mediocridad provocada por el hecho de que cualquier sentimiento es transformado en mercancía, y el consumismo acaba con la esencia de la vida pervirtiéndolo todo de materialismo.

Entusiasmados por nuestro propio éxito en la conquista de ventajas técnicas, hemos llegado a pervertir nuestra concepción del orden de la vida y, a menudo, hemos convertido los medios, que son la técnica, en fines en sí mismos.

Propongo, ante este panorama, pensar otra vez en recuperar los sueños perdidos, en sentir y disfrutar de nuevo de las cosas bellas y sencillas que nos ofrece la vida, cosas grandes y/o pequeñas que no valoramos en su justa medida: un simple atardecer, el fino tamborileo de la lluvia sobre un techo, el siseo de la hierba mojada, un paisaje nevado, un amanecer al lado del mar, el ruido del ondear de unas cortinas agitadas por el viento, la propia inmensidad del mar, la sonrisa de un niño o una bonita canción, un paseo por una montaña florida, el silencio de una calle desierta, el crepitar de la arena que el viento arroja contra los cristales de una ventana.

En definitiva, humanizarnos en un mundo deshumanizado. ¿Capisci?


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