Hace ahora un año escuchábamos con sorpresa y escépticos como en el lejano oriente había aparecido un virus un tanto extraño, afectaba a humanos aunque procedía de los murciélagos. Tal vez pensábamos que como en general en nuestro día a día no se cruza ninguno de esos mamíferos voladores estábamos a salvo. Ante la escasa información que recibíamos subestimamos su fatalidad y eso nos hizo más vulnerables.
El adjetivo fatal sugiere que algo es inevitable y que está determinado por el destino, tal vez fuera así, nunca lo sabremos. La palabra fatal también significa que algo es muy malo, que causa desgracias y por lo pronto está cumpliendo lleva más de dos millones de ellas en el mundo. La fatalidad ha sacudido también a la economía mundial, se ha llevado por delante a millones de pequeñas empresas y ha hecho tambalear algunas de las más poderosas. Fatal ha sido también para todos esos estudiantes deseosos de intercambiar conocimientos con otras culturas y para tantas otras muchas personas con planes de vida.
Quizás esta situación nos hay unido en un único objetivo, aunque parezca imposible. Tod@s absolutamente tod@s y me atrevería a decir sin excepción estamos de acuerdo en algo y la palabra también empieza por efe, es la que nos gustaría pronunciar cuanto antes, final. Ese ansioso final de una pandemia que ha puesto el Planeta Tierra patas arriba aún siendo redondo.
Nos queda por delante un futuro incierto marcado el DES, el desconocimiento, el desconcierto general, el descontrol del virus, el desgobierno de quien nos lidera, el despotismo de unos pocos y el desasosiego de otro muchos, pero no desvanezcan que va quedando menos.