El actual gobierno de España ha cumplido un año. Nació de la conjunción de intereses personales de base independentista, comunista y populista. Se forjó sin sentido de estado y obviando todas las líneas rojas desde las que se pone en riesgo la unidad nacional y la supervivencia del estado del bienestar.
Se representó como un ejercicio estelar de pragmatismo. Los resultados electorales y la nueva representación partidista dejaban pocos espacios para una mayoría de gobierno sin la generosidad de las formaciones mayoritarias y las de los que se quedaban fuera de la acción ejecutiva. En la búsqueda de la “mayoría de gobierno”, se apostó por primar la mayoría. Se priorizó “la suma”, que permitiera constituir gobierno; se subrogó la acción de gobierno que quedó al albur de las partes. El resto lo conocen ustedes bien.
A falta de sentido de estado y conscientes de la inconsistencia de la coalición, desde el minuto cero, se dedicó a crear y adornar un relato paralelo a la situación y con pocos elementos en común con la realidad. Con estos ingredientes se gestó y desarrolló un gobierno mastodóntico en el formato, turbador en sus objetivos, dividido en sus procedimientos y ajeno a las necesidades de los ciudadanos.
La realidad les ha puesto a lidiar, porque gestionar, más bien gestionan poco, una crisis sanitaria. Una crisis de salud pública y todas sus derivadas. Una crisis que tiene en vilo a la población y tieso el tejido productivo. Una crisis que ha disparado la pobreza, el paro y la desconfianza de la población en sus instituciones.
El gobierno se ha convertido, con el paso de los meses, en un campo de batalla entra la facción socialista de Sánchez y los restos de Podemos. En un gobierno presionado por los separatistas y quebrado. Agotando por la falta de credibilidad antes los ciudadanos y despreciado en la UE. Un gobierno que ha olvidado su fin y se ha convertido en un medio para arañar poder territorial. La estrambótica e “interrupta” operación Illa representa una de sus más claros referentes.
Los objetivos de futuro se centran en el cortoplacismo y la subvención. Más allá de los mecanismos de reparto del crédito que la UE ha aprobado para los países que la constituyen no se le conocen proyectos destinados a la recuperación. Tardaremos décadas en devolver el dinero prestado y el fantasma del fracasado Plan E del presidente Rodríguez, sobrevuela sobre el resultado de esta nueva inyección económica.
En este escenario, a los ministros de España, ajenos o impotentes ante la trascendencia de los principios constitucionales de responsabilidad, colegialidad y solidaridad, destinados a regir el futuro del país y su reconstrucción, les queda poco más que el papel de lacayo y el aplauso cerrado a la llegada de su “señor”.
Buen finde