El pasado día 13 de noviembre, en este mismo foro, escribí un articulo con idéntico título sobre Donald Trump en el que defendí que: “Lleva años moviéndose en el pantanoso, corrupto e inmoral ambiente de crisis, en el que se mueve como pez en al agua, y aunque nunca antes había estado en una situación como esta, debemos reconocer que Donald nunca, en toda su vida, ha ganado nada legítimamente y que es el tipo de persona que piensa que incluso si robas y haces trampas para ganar, mereces ganar. Con los antecedentes que tiene es fácil deducir que no va a ceder, como tampoco va a participar en las actividades normales que garanticen una transición pacífica, y lo hará con ganas de vengarse”.
Lo que pasó anteayer, miércoles, con el asalto al Capitolio por parte de sus fanáticos seguidores, es una prueba más de las intenciones de Trump, a los que siguió arengando y justificando el asalto y la violencia: “Estas son las cosas y los acontecimientos que ocurren cuando una victoria electoral aplastante y sagrada es arrebatada de manera brutal y brusca a los grandes patriotas que han sido maltratados durante tanto tiempo. Id a casa con amor y en paz. ¡Recordad este día para siempre!”, publicó Trump en un mensaje de Twitter, siguiendo con su descabellada, loca y nunca demostrada teoría de que ha habido fraude electoral.
Unas horas antes de que una turba fanatizada de centenares de radicales ultraderechistas (no aparece un solo negro en las fotos del asalto) asaltaran, en el más absoluto caos, el Capitolio de EEUU, el presidente aún en el cargo pronunció un discurso ante sus seguidores con la intención de animarles a luchar hasta el final: “Tenéis que luchar hasta el final, porque si no lucháis hasta el final, ya no tendréis un país”.
No tiene explicación que el Capitolio, sede del Senado y del Congreso estadounidense, fuera invadido sin casi ninguna oposición por una caterva de fanáticos blancos con cara de paletos de manual y armados de cuernos, esvásticas y banderas confederadas, incitados por un descerebrado con tupé.
Que en una democracia, se supone, de las más consolidadas del mundo, con un potencial militar inconmensurable, con un cuerpo policial potentísimo, con el historial de ideas descabelladas del sinvergüenza, del payaso de Trump, y teniendo información de primera mano sobre sus intenciones, el día en el que se debatía la promulgación de Joe Biden como ganador de las elecciones en Estados Unidos no se hubiera reforzado la seguridad del edificio como para no poder parar a los varios centenares de energúmenos que invadieron el Capitolio.
Me sorprende lo poco preparada que estaba la policía. Se podía suponer que esto iba a pasar. Donald Trump, y muchos, muchos líderes republicanos, han estado incitando, han estado mintiéndole a sus bases durante cinco años, una y otra vez, y hasta después de las elecciones, repitiendo la mentira y desacreditando la legitimidad de la democracia y de las instituciones, sin base ni prueba alguna.
Que un individuo de este talante siga teniendo el maletín nuclear a su disposición es un claro atentado a la vida, al futuro de la propia humanidad.
Ha quedado demostrado que hemos de reescribir la definición de república bananera que se sigue usando hoy para describir a un país pobre, inestable, corrupto y poco democrático que se mueve al vaivén de los intereses extranjeros (es en 'Repollos y Reyes', donde se encuentra por primera vez el término 'república bananera', una colección de relatos, publicada originalmente en 1904, de unos personajes que viven en la república centroamericana de Anchuria, que no es otra que Honduras, donde el autor, el escritor estadounidense William Sydney Porter, mejor conocido por el pseudónimo de O. Henry, vivió seis meses entre 1896 y 1897) o rebajar la categoría de democracia consolidada a Estados Unidos. ¿Capisci?