OPINION

La amistad social o las cosas del Papa

Juan Pedro Rivero González | Jueves 08 de octubre de 2020

“De todo hay en la viña del Señor”, se suele decir para reconocer que no a todos les parecen bien las mismas cosas y que “para gustos, colores hay”. Y, aunque sea difícil de creer, hay a quien no le gustas estas cosas del Papa Francisco. Ellos se lo pierden, lamentablemente…

La semana pasada firmó Francisco, sobre el Altar de la Iglesia de San Francisco, en Asís, su tercera carta encíclica titulada Fatalli tutti, expresión usada frecuentemente por San Francisco en sus cartas, con la que nos ha titulado un hermoso documento sobre la fraternidad y la amistad social. Nos la dirige a todos, seamos o no cristianos, seamos o no creyentes, seamos o no católicos. A todos los que nos sentimos humanos y sabemos que el mundo es una Casa común, y la humanidad una única condición humana, sin distinciones de índole alguna. Seres humanos en un mundo llamado a constituir una única sociedad edificada sobre la fraternidad y la amistad.

Cómo se entiende al Papa desde nuestra patria chica, tan crispada y atravesada por las distancias ideológicas fanatizadas. Los de él y los del otro, y atrincherados. Cerrazones que impiden ver la grandeza del bosque que nos contiene. Diferenciaciones torpes que nos impiden mirarnos con amabilidad. Y si eso ocurre aquí, cuando ampliamos el zoom de la sociedad global, de la humanidad amplia y única, cuántas fronteras, muros y prejuicios que nos limitan para construir una sociedad de amigos.

¿Una voz que clama en el desierto? No importan los desiertos cuando la voz tiene todos de esperanza. ¿Cómo podemos seguir conviviendo en un planeta estructurados en mundos distintos? Y hablamos como con inevitable resignación del primer mundo y del tercer mundo. Hablamos de sociedades desarrolladas, en vía de desarrollo y subdesarrolladas. Y nos parece normal que haya personas por las que circula la misma sangre, que tienen los mismos anhelos, que sientes, gozan y padecen como tú y como yo, y no pertenezcan a la misma sociedad. Y en una sociedad que normaliza este descarte como si fuese inevitable, surge una voz contracultural, que dice lo que todos necesitamos oír y que nos arde como el alcohol en una herida. Así no podemos seguir…

El mito de la Torre de Babel sigue siendo paradigma de la realidad. Distintos porque hablamos diferentes, porque tenemos experiencias culturales diferentes, porque nuestra sensibilidad ha sido educada de manera diferente… Pero detrás de esas diferencias relativas, una verdad ontológica fundamental que hace de cada uno de los seres humanos que habitan este mundo personas solo personas. Con los derechos inalienables de toda persona humana. Iguales en lo fundante, y diferentes en lo relativo.

Pero para que surja un futuro universal, único y fraterno, hay que empezar por lo más cercano. La amistad social se debe construir en las distancias cortas de nuestro entorno. Porque, aquí y entre nosotros, ¡cuántas hachas con falta de ser enterradas!

El sueño y el anhelo de este anciano, podría ser el de cada uno de nosotros: «Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad».


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