OPINION

Libérate de los tacones

Juan Pedro Rivero González | Jueves 10 de septiembre de 2020
El sábado al mediodía, mientras iban entrando en el templo de Santo Domingo -al 50% de su aforo, por supuesto- los familiares y amigos invitados a la boda, con mascarillas a juego con sus trajes elegantes al nivel de la celebración que iba a tener lugar, a quince metros, y justo en frente del edificio de correos, en un asiento de piedra coronado con una farola, se leía ese mensaje: «Libérate de los tacones»

Puede llevar varios años gritando ese eslogan en ese sitio. Un grito de alguien que considera esa prenda femenina una esclavitud merecedora de un grito liberador. Leerlo en aquel momento, en paralelo con la presencia lenta en saludos de codos de los invitados a la boda, con trajes y tacones, fue una experiencia de elocuencia especial. Liberar a las personas de un instrumento de tortura socialmente aceptado y que en el fondo les disgusta, pero al que se sienten obligadas para no desentonar socialmente hablando. ¿Es esa la pretensión del redactor del mensaje? Imagino que sí, pero solo lo puedo imaginar, porque, en el fondo no lo sé. Viene a ser, imagino, como una parábola escrita que va más allá del calzado: «Despréndete de toda obligación socialmente aceptada». Los estereotipos comúnmente aceptados te esclavizan. Libérate de ellos. Reglas, normas, protocolos, ritos…, tacones: Libérate de ello.

Desde esa perspectiva, pudiéramos considerar a los responsables de protocolo, o a los maestros de ceremonia, como los símbolos de la esclavitud cultural. Indicando siempre normas de cortesía, de precedencia, de etiqueta. Los esclavistas de la cultura.

Y todo esto, mientras llegaban los novios e iban acercándose a la iglesia los invitados.

Pudiera significar también un «libérate de la elegancia», como si la libertad fuese fea y vulgar. Como si el compromiso y el orden limitara. Un grito, en cierto modo anarquista que desprecia todo compromiso conforme a cualquier ley y orden. Pero tampoco sé si quiso decir esto al escribir su mensaje. Lo cierto es que podemos percibir cierta alergia generalizada al reconocimiento de las costumbres y, por tanto, de las normas. Hay cierto desprecio subyacente a muchas actitudes que no valoran, entre otros elementos de ordenación de la sociedad, el compromiso matrimonial. Como si le pusiéramos unos tacones al amor de los que ha de ser liberado.

Amar es algo más que sentirme atraído físicamente por alguien. Enamorarse es una experiencia extraordinaria, pero amar es una decisión que va más allá de uno momentos cómodos. Se puede amar al enemigo, y se puede amar al desconocido. Podemos comprometernos a amar, incluso en situaciones incomodas. Amar no es el eco que produce en mí la persona amada, sino el eco rítmico de mi corazón que se decide por otra persona, y se compromete a hacer de ella una persona feliz. Al menos el amor que no se agota en el circuito cerrado sobre sí misma de la persona que ama. El amor es difusivo, es lo contrario del egoísmo.

Por fuera, escrito sobre piedra, un «libérate de los tacones»; dentro, proclamado ante la mirada que nace de otros ojos distintos de los propios, un «me entrego a ti, en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la adversidad, amándote todos los días de mi vida». Las paradojas de la realidad.

Aún existe valentía en la humanidad. Aún queda arrojo para comprometer la vida en un destino común que se desconoce. Aún existe quienes se decide a amar. Y lo publicitan, para que a nadie le quepa la menor duda de que su decisión no es un susurro individual, sino la experiencia de habitar en el jardín que existe detrás de la mirada de otro, como decía el gran Antonio Machado.

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