OPINION

Líbano, poca esperanza

Emilio Arteaga | Martes 11 de agosto de 2020

El Líbano es uno de los ejemplos más paradigmáticos, sino el que más, de país arruinado por el sectarismo, la corrupción y la injerencia extranjera. Un país con más de una quincena de comunidades religiosas, algo más de la mitad musulmanes, divididos en diversas ramas sunís y chiís, poco más del 40 % cristianos, con una mayoría de maronitas, pero también griegos católicos, griegos ortodoxos y otras variantes más minoritarias, alrededor de un 5 % de drusos, que algunas estadísticas incluyen en el grupo musulmán y porcentajes mínimos de otras religiones y ateos.

Los problemas, guerras civiles sectarias, masacres y venganzas han sido una constante en la historia del país desde antes de la independencia y después de ésta en 1943. La violencia ha sido habitualmente entre cristianos y musulmanes pero no exclusivamente. También ha habido muchos casos de enfrentamientos de distintas facciones cristianas entre sí y de sunís contra chiís, o de musulmanes o cristianos contra drusos.

Y la injerencia permanente de otros países ha sido fuente de interminables conflictos armados y destrucción, sobre todo Israel, que ha invadido Líbano en diversas ocasiones, Siria, que ha hecho lo propio y los palestinos de la OLP, cuya dirección se estableció en Beirut tras ser expulsada de Jordania y con cientos de miles de palestinos expulsados en su momento de Israel viviendo en campamentos de refugiados. Últimamente se ha añadido Irán, que financia y arma a la milicia chií de Hezbolá.

La constitución del país establece que el presidente ha de ser cristiano maronita, el jefe del gobierno musulmán suní y el presidente del parlamento musulmán chií, en un intento de que todas las confesiones se sientan representadas, pero ello no ha evitado los recelos y la desconfianza permanente entre los miembros de las distintas confesiones.

Además, la adscripción sectaria obligatoria de los cargos más importantes y el reparto de ministerios impide el desarrollo de una auténtica democracia, ya que todas las elecciones están condicionadas y favorece la corrupción rampante de la clase política dominante, que se sabe impune debido a que los contrapesos sectarios actúan en todos los ámbitos de la administración pública, incluyendo la judicatura.

Además, el país es receptor de refugiados de países vecinos. Durante años tuvo cientos de miles de palestinos en campamentos que llegaron a ser auténticas ciudades organizadas fuera del control del gobierno libanés y ahora mismo tiene más de un millón y medio de refugiados de la guerra civil de Siria. Todo ello en un país de poco más de seis millones de habitantes. Es una proporción como si en España tuviéramos doce millones de refugiados.

Debido a todo ello el Líbano es ahora mismo un país arruinado, con la mayoría de sus infraestructuras destruidas, con una paz precaria que intenta garantizar una fuerza militar de interposición de la ONU, que no consigue evitar que surjan de tanto en tanto estallidos violentos, así como ataques con misiles de Hezbolá al norte de Israel y las consecuentes respuestas israelís sobre el sur del país o incluso hasta los barrios chiíes de Beirut.

La espantosa deflagración de hace unos días en el puerto de Beirut, en la que explotaron 2.750 toneladas nitrato de amonio que estaban abandonadas desde años en un almacén del puerto no es sino una consecuencia de la corrupción y la ineficiencia de la administración. El compuesto, utilizado como fertilizante y altamente explosivo en determinadas circunstancias, procedía de un barco ruso que estuvo meses retenido en el puerto por trabas burocráticas que la propiedad rusa no quiso resolver y finalmente se decidió su almacenamiento provisional en unas instalaciones en desuso. Lo provisional se convirtió en permanente, a pesar de varios requerimientos a las autoridades políticas y judiciales para que solucionasen el tema, y el resultado final ha sido una explosión que ha causado centenares de muertos y desaparecidos, más de 300.000 personas con sus casas destruidas o severamente dañadas y la infraestructura portuaria en gran parte destruida.

La reacción de la población, sobre todo de los jóvenes que hace ya meses vienen desarrollando lo que ellos llaman la revolución por el Líbano, ha sido ejemplar, compensando con su solidaridad la inacción e incapacidad del gobierno y, paralelamente, iniciando una oleada de protestas que ya han provocado la dimisión de diversos ministros y no sería extraño que provocaran la caída de todo el gobierno.

Estos jóvenes, la mayoría urbanitas con alto nivel de educación, que reniegan de la pertenencia sectaria y claman por un Líbano democrático, próspero, laico y libre de corrupción y sectarismos, son la única esperanza de regeneración del país pero, por desgracia, no es probable que consigan su propósito. Hay demasiados intereses de las elites dominantes y de las potencias extranjeras, no hay que olvidar que una parte del gran juego de Oriente Próximo se juega en Líbano, donde Arabia Saudí y las monarquías sunís de la península arábiga dirimen por terceros interpuestos su guerra con el Irán chií, como también lo hacen en Yemen. Y Rusia y la Siria de El Assad del lado chií e Israel y Estados Unidos contra Hezbolá y Hamás.

Y la Unión Europea, que tiene el conflicto a sus puertas, ni está ni se la espera. Solo Francia como antigua potencia colonial se ha movido, con el presidente Macron visitando el país y prometiendo ayuda y que evitará que dicha ayuda caiga en el saco de la corrupción, lo que es más fácil de decir que de hacer y, con toda probabilidad, todo acabará en casi nada y otra decepción para los sufridos y resilientes libaneses.


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