Miguel Lázaro | Jueves 29 de enero de 2015
El colapso o crack emocional por excelencia es el suicidio. No hay acto humano más enigmático que el suicidio. La complejidad de la mente humana contrasta con el volumen y el peso del órgano que rige nuestras vidas. De repente crash. De nuevo el lado oscuro de una dramática realidad emerge súbitamente – así es la vida- y nos conmueve y remueve insoportablemente. La brutalidad extrema o incomprensible hace añicos y desborda nuestra capacidad de codificación racional. Es inevitable interrogarse e interrogarnos sobre lo sucedido. Cuantos suicidios, sobre todo en hombres, utilizando métodos de alta letalidad se tornan incomprensibles. El mazazo familiar es incomensurable y surgen comentarios como “pues no se le notaba nada, pues si no tenia problemas, pues llevaba una vida normal “. El enigma se hace presente en toda su dimensión. Es clave individualizar y contextualizar para realizar la autopsia psicológica de la conducta autolítica.
La enfermedad que más se relaciona con el suicidio consumado es con creces la depresión. Y la depresión es una enfermedad muy frecuente y que se debe a alteraciones biológicas cerebrales, junto con factores genéticos, psicológicos y sociales. La depresión se manifiesta en el hombre con ciertas peculiaridades. Hay muchos escenarios posibles: los hombres negamos la depresión, somatizamos la depresión, no sabemos que lo que padecemos es una depresión, atribuimos nuestro estado a otras circunstancias o estresores de la vida y desgraciadamente muchos sabiéndolo no buscan ayuda o se avergüenzan de pedir ayuda. Hay muchos mitos o creencias sobre la depresión: hay que tener motivos, los hombres nunca se deprimen, deprimirse es de mujeres o yo por mi solo superare la depresión. Creencias irracionales y poco adaptativas. ¡Cuantos suicidios se hubieran evitado de haber pedido ayuda a tiempo! Empieza a haber datos de que existen conductas de homicidio (que no cumplen parámetros de violencia de género) en contextos emocionales presuicidas. Verdugo y victima a la vez.
Hay dos elementos que aumentan el riesgo de depresión en el hombre: La culpa y sobre todo la desesperanza. Uno de los sentimientos que embargan y machacan a los enfermos deprimidos, en pleno masoquismo autodestructivo, es el asfixiante y depredador sentimiento de culpa que atormenta como un parasito incansable a su mente. La mente deprimida solo elige del pasado los acontecimientos y vivencias negativas. El juicio es sumarisimo, no hay abogado defensor y la condena es perpetua. La autocrítica y los autorreproches son constantes y los “debería” totalizan todos los pensamientos. No cabe el consuelo de nadie ni de nada. El resentimiento interiorizado impregna dolorosamente la vida psiquica. Es como una deuda eterna. Es como un deudor que no acabara nunca de pagar y de un acreedor que no acabara nunca de agotar los intereses de la deuda.
Afortunadamente cuando la depresión se controla se extingue ese inútil sufrimiento. Solo desde la omnipotencia humana se puede aspirar a ser perfectos. Si admitiéramos que la tribu humana no mea colonia, no defeca perlas y por lo tanto cometemos errores la vida seria más fácil, real y racional. ¿Cual es la intrahistoria de un homicidio y suicidio posterior?¿ Que le ha podido pasar a esta persona “ normal” para haber matado a su hijo, a su mujer y a el mismo y haya devastado la vida para siempre a una madre? El sentimiento de desesperanza es un gatillo suicida impresionante. Muchos pacientes piensan:”debería abandonar porque no puedo hacer nada para que las cosas me vayan mejor. No hay nada que hacer. He perdido todo. Soy un fracasado y esto no va cambiar. Mi futuro es totalmente negro. No puedo imaginar como será mi vida dentro de diez años. La desesperanza es incompatible con la capacidad humana intrínseca de proyectarnos y anula nuestra capacidad psíquica de darle un sentido a nuestra vida.
Hacer la autopsia psicológica de una conducta suicida u homicida -suicida es una tarea muy difícil y complicada. Descifrar las claves precisa analizar muchas variables. Tenemos los hechos, pero desconocemos el guión. Otro dato: el circuito cerebral de la empatia y el de la violencia son parcialmente similares. Es decir el amor y el odio son los polos del espectro afectivo. Nuestra afectividad guía nuestros pensamientos y nuestras conductas. Nos suicidamos para no seguir sufriendo más, porque hemos perdido la esperanza de recuperarnos y cuando anticipamos que no vamos a ser capaz de seguir tolerando, en el futuro, el sufrimiento que padecemos en el presente.
Cuando el cerebro pone en marcha su circuito de autodestrucción realiza una desprogramación afectiva. Se desvincula, anestesiándose emocionalmente, de sus seres mas queridos. Es decir de aquellos que le dan significado a su vida y a su lucha por seguir viviendo. Es entonces cuando se muestra con todo su dramatismo y violencia muchas veces autogresiva pero en algunas ocasiones, también combinada con las conductas heteroagresivas.
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