Aunque muchos medios de comunicación se lo hayan tomado como un chicle que estirar y crear morbo que les genere ingresos, no hay duda que las informaciones de XXXX de menores tutelados por el IMAS son extremadamente preocupantes. Al igual que la cárcel, los centros de tutela de menores son sobre todo la escenificación del fracaso social, y, en demasiadas ocasiones, un lugar donde meter ‘lo que no queremos ver’ porque nos incomoda.
Es innecesario cuestionar la existencia de abusos sobre menores residentes en los centros del IMAS en tanto a que ya han sido demostrados y reconocidos, lo realmente importante es analizar por qué se producen y cómo se pueden evitar.
¿Por qué se producen? Por dos motivos, el primero es porque estos chicos quieren ser como los demás, utilizar teléfonos móviles buenos y llevar zapatillas de marca. Así, simplificando. El segundo motivo es, por supuesto, porque son un blanco fácil para los proxenetas. Desvalidos, con un amparo débil.
¿Cómo se pueden evitar?
Durante estas últimas semanas he visto pocos análisis del problema desde la óptica del menor. Todas las miradas se han puesto en la presunta irresponsabilidad o incompetencia de los trabajadores del IMAS, quienes eran conocedores desde hace tiempo de la problemática ahora descubierta. Pero más allá de dimisiones o asunción de responsabilidades, cabe implantar soluciones adecuadas a la realidad de estos chicos y chicas.
El menor, además de tener un acervo familiar complicadísimo -porque por algo están en acogimiento- tiene un panorama futuro mucho más complicado que cualquier otro joven. A los diceciocho años cumple la edad en que tiene que salir de los centros de acogida y muchos, simplemente, no tienen un lugar a donde ir. Ellos saben que, cuando alcancen la mayoría de edad, estarán en la calle, sin rumbo y sin destino a no ser que les haya tocado alguna varita mágica, cosa poco habitual. No todos tienen la suerte de poder compaginar unos estudios que le den una buena salida laboral con un trabajo que les permita la subsistencia (vivienda y alimentación) mientras están estudiando. Así pues, aunque sea el peor de los destinos, los proxenetas les ofrecen a estos chicos y chicas un techo, lugubrísimo, pero un techo. Solucionar este destino no está sólo en manos de los trabajadores del IMAS, está en manos de todos.
Por otra parte, no se puede pretender que los chicos tutelados no tengan salidas de los centros. Para garantizar que estén insertos en la sociedad, se les tiene que permitir poder salir de los lugares de acogida para realizar libremente cualquier actividad concorde a su edad. El hecho que estas salidas permitidas sean utilizadas por algunos -demasiados- menores para realizar actividades de prostitución o tráfico de drogas que les genera ingresos económicos no puede ser motivo para que se eliminen los permisos, debido a su necesariedad. Está claro que en estos casos la tutela de estas salidas permitidas ha fallado, pero no sería adecuado desde un punto de vista psicológico que un funcionario de la institución acompañe al menor o imponer dispositivos electrónicos de localización.
Encontrar una solución eficaz al problema descubierto no es fácil, y quien lo crea es porque no se ha parado ni un minuto a analizar la complejidad de la situación de los menores que están en situación de acogida.