Arranca una campaña electoral oficial con un formato inédito de apenas una semana de duración. Se trata del periodo formal en el que los partidos pueden pedir el voto, realizar mítines, colgar carteles, emitir spots y disponer de espacios en los medios públicos para explicar sus propuestas; todo, muy medido por la Junta Electoral. La oficialidad, sin embargo, choca con la realidad. La imposibilidad de formar una mayoría de gobierno tras las elecciones generales de la pasada primavera ha provocado la sensación de estar viviendo una campaña electoral eterna, en bucle, iniciada la misma noche del 28 de abril.
Por ello, se ha decidido reducir a la mitad la campaña oficial. Una decisión que parece acertada si el objetivo es ahorrar recursos y no saturar de mensajes a un electorado que, en buena parte, se siente hastiado de la acción -o falta de acción- de los partidos durante los últimos meses.
El 10-N debería servir para lograr un gobierno estable, con pactos que aseguren una mayoría parlamentaria suficiente y con un proyecto para el país a cuatro años vista. Es difícil predecir si tales condiciones podrán cumplirse, especialmente después de que las encuestas conocidas arrojen un reparto de escaños que puede dejar el escenario más ingobernable de lo que parecía el surgido de las elecciones de abril.
El esfuerzo de los partidos, pues, deberá ser mayor al realizado durante los últimos meses, incluyendo también mayores dosis de pragmatismo y generosidad que las mostradas durante este periodo. La exigencia ciudadana es tan sencilla como lógica: no se aceptaría la repetición de una situación de bloqueo que obligue a unos nuevos comicios en un país que ya suma cuatro elecciones generales en menos de cuatro años.
El peligro de no saber encarar la situación es que el escenario derive hacia un divorcio entre políticos y sociedad. La tentación de no ir a votar se acrecienta de forma directamente proporcional a la incapacidad de los líderes políticos para lograr acuerdos que aseguren la estabilidad. Es un riesgo cierto que aleja a los ciudadanos de quienes han sido elegidos para que les representen y de los cuales esperan soluciones a los problemas reales que les afectan: economía, empleo, seguridad, estabilidad institucional... Dedicar tiempo a estos asuntos en campaña puede ser un buen comienzo.