Joana Maria Borrás | Domingo 08 de septiembre de 2019
A principios de septiembre casi todos nos resistimos a emprender la retirada. Los primeros fines de semana, los que pueden estirar al máximo la cuerda, aprovechan su tiempo de ocio en hacer exactamente lo mismo que han hecho durante sus vacaciones de agosto y, los que no pueden, lo harían igualmente si tuvieran la oportunidad.
Nos convencemos pensando que todavía queda mucho verano por delante y que, como todavía hará calor, la cotidiana normalidad tardará en calarnos de nuevo. Pero no es así: septiembre vuelve cargado de obligaciones incluso para los más pequeños y de un bandazo, a partir de mediado de mes, quien más quien menos ha regresado a su redil aunque sea refunfuñando.
Es el mes de los libros nuevos, de los uniformes y baberos impolutos y recién planchados por primera y última vez durante el curso; el mes de los compradores compulsivos de colecciones de cualquier cosa, aunque sea el trozo del ala de un avión de combate en miniatura de la segunda guerra mundial, que forma parte de un todo que te irán vendiendo pedazo a pedazo o igual no, igual te quedas con el ala metida en cualquier cajón porque la edición no tuvo éxito y la interrumpieron sin tener en cuenta para nada al único comprador ahora un damnificado más.
Septiembre es el mes de arranque del año judicial, después de un agosto en un inexplicable ralentí que personalmente agradezco mucho pero honestamente no acabo de entender; en septiembre se llenan los gimnasios y espacios deportivos de toda clase con atletas consagrados y con aspirantes al titulo de “deportista constante” que saben a ciencia cierta que van a pagar todo el mes y sólo van a utilizar las instalaciones la mitad del tiempo.
Septiembre es el mes de los adictos al trabajo porque pueden hacer aquello que más les gusta: sumergirse de lleno en una actividad frenética antes de que llegue el siguiente puente o festivo. Es el mes de los nuevos proyectos y el momento que parece más idóneo para poner ejecutar esa gran idea que se ha acabado de gestar en sombrías y frescas oficinas por aquellos que no soportan ni el sol ni las playas ni el calor del verano.
Septiembre es mi mes favorito porque nací en septiembre y no puedo ni quiero ser objetiva. Es el mes que todos desearíamos tener para viajar y que casi nunca tenemos; septiembre es, en definitiva, el mes de la vuelta a la cotidiana normalidad pero un poco más morenos y esperanzados.
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