La imagen de una jovencísima diputada, secretaria en la Mesa de edad del Congreso, junto a un clon de Valle-Inclán, es todo un símbolo del punto en que ha llegado, no solamente la nación sino el mismo mundo político con el que nos ha tocado, en mala hora, convivir. Ya no se trata de quejarse de la propaganda antifascista y pro-países catalanes, sino de la desvergüenza que significa que, en plena Cámara baja, una activista republicana, separatista, feminista, antimilitarista y, naturalmente, antifascista, se permita lucir una camiseta que, instando la existencia de un nuevo Estado en la península, no hace sino mostrar su desprecio total hacia la Constitución. En el Congreso estamos acostumbrados a contemplar espectáculos de lo más curiosos, casi siempre protagonizados por los antisistema, antimonárquicos y proindependentistas. Obviamente con la anuencia y consentimiento de presidencias y sin reprimenda alguna desde la perspectiva del reglamento. Como en la calle, en el Congreso todo vale, pues, el rey de este país no es otro sino el sacro santo derecho a la libertad de expresión. Un derecho que siempre alcanza a los mismos, los progresistas, antisistema, republicanos, comunistas, y nunca, jamás, a quienes no están incluidos ideológicamente en tales calificativos. A estos, la libertad de expresión no les alcanza, sino, todo lo contrario, la reprimenda y el descalificativo de antidemocrático, totalitario, junto con el franquista y fascista anejos.
Mientras chiquilicuatres como la mencionada joven diputada puede rasgar públicamente la imagen del Rey, el resto de los humanos no podemos ni pensar que no estamos de acuerdo con el derecho a decidir, ni el sentimiento independentista, ni, por descontado, con respecto a ese invento, anhelado hasta la saciedad, que esa señorita denomina países catalanes. Y ya ni cuento si escapa algún comentario o frase relativa a la dictadura de la historia enmarcada en la ley de Memoria Histórica o en los movimientos lgtbi y sus confluencias. Anatema político es todo ello merecedor del destierro cívico total. Por descontado que hablar de la familia o del matrimonio como integrado por hombre y mujer, nada de progenitor A o B, es caer en el descalificativo de retrogrado, intolerante y demás adjetivos en retahíla. Y es que la libertad de expresión es un don que solamente ampara a una parte de la ciudadanía, la que considera que una imagen que insinúa a una virgen de Murillo o Velázquez manoseándose, contemplada en una exposición, no es sino una expresión de arte y de libertad de expresión como proclamó una ministra en funciones. La pregunta es si, tal comentario, lo usaría la ministra de marras, si el personaje fuese la Uribarri, en sus tiempos mozos, o Victoria Kent. Y ya ni me atrevo a insinuar qué sucedería si fuese una de las esposas de Mahoma.
Pero, este sacrosanto derecho progresista a la libertad de expresión ha iniciado esta mañana su camino hacia su cenit. La designación como presidente de una parlamentaria catalana, independentista y partidaria de los indultos, augura momentos históricos. Se ha contemplado acatamientos a la Constitución absolutamente nulos y muchos insultos y pataleos a representantes legítimamente elegidos por los ciudadanos, por no ser ni golpistas ni independentistas. Estos sí son de los buenos, los otros son fascistas y han salido de un aborto electoral. O eso insinúa el hombre de Maduro en el Congreso. Los hechos, lucir camiseta republicana, abrazar al preso preventivo, saludar efusivamente al independentista, aplaudir una perorata separatista como acatamiento constitucional, no son sino preludios de un inmenso espectáculo que nos brindarán, lamentablemente, desde ese hemiciclo que presenció los discursos de Castelar, de Maura. Incluso de Azaña. Eran otros tiempos, otros modos y otros personajillos. Aquellos, a su modo, amaban a su nación, los de ahora la detestan.
Hoy ha comenzado la función; la fanfarria, el pataleo y el abucheo ha empezado, solamente resta adivinar hasta cuando seremos capaces de soportar ese circo, repleta su pista de fatuos payasos.