OPINION

La encuesta silenciosa

Francisco Gilet | Miércoles 24 de abril de 2019

Llevamos más de dos meses de campaña electoral, machacados a encuestas, prospecciones, sondeos y horquillas de resultados. Para unos, leer esos resultados puede ser alentador, para otros deprimente y para los más indiferente. En alguna medida, nadie se cree nada, por la sencilla razón de que brotan de fuentes contaminadas. Es decir, que todo surge de intereses creados, en un sentido o en otro. Bien para fidelizar a la feligresía, bien para levantar el ánimo a la alicaída parroquia o bien para lanzar el pánico, el miedo de determinado resultado a los indecisos. Eso ha sido y será siempre así. Naturalmente trufado de todos los insultos y descalificaciones que el papel y, ahora, los comentarios en las redes pueden soportar, que no son pocos.

Por descontado, escasas son las voces de autocritica que se oyen en esos tiempos. Y muchísimo menos si se refieren al «hecho catalán», que anuncia un descalabro a nivel nacional más que grave. El azote de la TV3, Cayetana de Toledo, se ha aproximado en alguna medida a lamentar que la situación de Cataluña es el resultado de un interesado desgobierno popular y socialista de años. Lo cual, es una plausible confesión por parte de la candidata popular, al ser cierto. De tanto manosear el poder, socialistas y populares, lo han podrido a base de trueques y más trueques. El envalentonamiento de los actuales independentistas no se entiende que pueda ser rebajado ni con el gobierno del BdE, ni de la CNMV. La portavoz televisiva, la otra Susana, tuvo la respuesta de Abascal, que resuena imposible; no hay ningún partido político que sea capaz de decidir la suspensión de la autonomía en Cataluña. Tanto es así, que, ni tan siquiera, se ha prohibido a los de Ezquerra o a Puigdemont dar conferencias - mítines desde la cárcel o el exilio.

Retornando a las encuestas, varias circunstancias son resaltables. El crecimiento de los socialistas, después de diez meses de bandazos, de incremento de gasto, de caída del crecimiento, de subida de la deuda, de arrasamiento del fondo de pensiones y de ralentización de la creación de empleo, resulta cuanto menos incomprensible. El proceso catalanista, los abrazos con los independentistas, las liberaciones de presos etarras, el riego de dinero público a sus autonomías, el desprecio a todo lo nacional, parece que no hace mella en varios cientos de miles de votantes españoles. Sin embargo, siendo ello malo, peor es el que los populares puedan haber dedicado esos diez meses a dejarse más de cincuenta escaños en el arcén por su indefinición. Si ambas previsiones se producen, el sistema nacido de la Transición entrará en crisis, pues, el socialismo se echará en brazos de todos aquellos que lo auparon al poder y que, ahora, exigirán mucho, muchísimo más. Y Sánchez no estará por la labor de no ceder, sino de conceder.

Únicamente queda un aliento de esperanza que anima a pensar que ese escenario no verá levantado el telón; el alto porcentaje de indecisos o de encuestados silentes, que se han guardado para sí la papeleta elegida. Esa parte de la encuesta es muda o, cuando menos, callada. Y el porcentaje es de tal medida que inclina a pensar que, todas las demás horquillas salida de Tezanos o de la Vanguardia, están cojas. Del porcentaje silente, puede que una parte sea efectivamente de indecisos, pero, se intuye, que la mayor porción es un voto discreto, que se guarda en el cajón de las decisiones tomadas en la intimidad. Y en ese cajón puede hallarse resguardada la sorpresa, es decir, la encuesta israelita, que suele nacer a las 20 horas del día electoral. Lo cual es tanto como proclamar que, con tan elevado porcentaje de indecisos o silentes, todas las encuestas pregonadas hasta la fecha no pueden tener ni el valor de la certeza, ni el atisbo del acierto. Demasiada paja, para tan poco trigo.

La última circunstancia que mencionar no puede ser sino los debates televisivos a los cuales ha acudido Sánchez con la suprema ambición de ser victima propiciatoria de la ultraderecha, machaconamente mencionada como el ritornello con el cual tapar su trivial intelectualidad. Sánchez ha dejado claro aspectos de su personalidad; que no le gusta nada debatir y que el traje de presidente le cae muy ancho; no da la talla. Iglesias se ha colocado el hábito de cartujo, aunque secularizado por falta de fe. Sus obras y conductas dejan en evidencia sus engoladas palabras. Ser comunista en un palacete, es muy complicado de vender. Rivera sacó su lado liberal, para acogotar a un falso político español acunado por lo antiespañol, evidenciando que desea gobernar este país, solo o acompañado de un Casado que ha demostrado que, con dos debates más, no dejaría contrincante sano. Conclusión; la izquierda no tiene más proyecto que echar raíces en el poder a cualquier precio, y la derecha bracea para que ello no suceda; algunos indecisos mantendrán su silencio, otros optarán por aplicar el sentido común optando por la capacidad. Eso sí, la Ana Pastor seguirá enseñando su patita comunista, vestida de Dior.


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