OPINION

La Campaña y el Régimen

Jaume Santacana | Miércoles 17 de abril de 2019

Ya está; no hay nada que hacer: ya estamos inmersos en otra campaña política en la que la política es la única ausente del panorama electoral. Así las cosas -si lo miramos sin demasiada atención- observamos que además de la inexistencia total de política tampoco se ve ningún rastro de programas electorales, ni ideas de futuro, ni planes que regulen el bienestar de la sociedad, ni esquemas de infraestructuras, ni lo que el viento se llevó. Por no haber, no hay ni debates sobre el sexo de los ángeles, que ya es decir.

Se veía venir -y así ha sido- que nos enfrentábamos a una campaña perfectamente previsible, con lo negativo como protagonista absoluto. Básicamente, los insultos, agravios, ofensas, criminalizaciones personales, falsedades, invenciones, falta de humor y un largo etcétera son la moneda corriente. Si toda esta retahíla de conceptos que acabo de describir no son, todos, factores negativos, que venga dios (en minúscula porque como somos laicos...) y lo vea. El tópico de la crispación ya se ha hecho visible desde el primer segundo de la citada campaña. Frases cortas y aceradas en frente de razonamientos sutiles y apacibles. Injurias y ultrajes a toda vela con el objetivo de aniquilar al enemigo, hacerle pisar el polvo de la humillación y, a poder ser, reírse de él. Los argumentos no valen para esta contienda fratricida. Los escupitajos verbales y escritos son las auténticas armas políticas de los soldados partidistas.

No se trata, ni mucho menos, de intentar desarrollar posibles propuestas estratégicas con la finalidad de construir un país mejor, más “vivible”, más confortable y más igualitario. No. Tampoco conviene la confrontación de ideas que aporten soluciones a la infinidad de problemas que acechan a la sociedad en general. Lo importante es destruir; exterminar y masacrar al adversario fijándose como meta llenar la cesta (la palabra urna me parece demasiado solemne para mezclarla con esos pazguatos del tres al cuarto) de votos. Lo fundamental no son las personas sino los votos, o sea, el poder, la poltrona, el escaño y el engaño (a los demás). Una advertencia moral: naturalmente, no todos los partidos ni algunos políticos actúan de esta manera tan innoble y egocéntrica; los hay honestos. Queda dicho.

Visto lo visto y teniendo por delante demasiados días antes de que se produzca la “fiesta de la democracia” (¡vaya coña marinera...!), he decidido ponerme a dieta. No soy partidario de la abstención aunque sea un método de lo más legítimo -y, seguramente efectivo si fuera universal: ¡venga, todo el mundo, todo, a abstenerse y que los frían...!- y, por lo tanto, consecuentemente, me voy a acoger a otro modo de abstencionismo no electoral: el del comercio y el bebercio, es decir, el nutricional. Es mi personal manera de demostrar mi rechazo a esta forma de hacer (de no hacer) política. Al comer muy poco me cabreo constantemente y así puedo retener más tiempo la idea de las jodidas elecciones. Cuanto peor mejor, que decían los asesinos a sueldo. Escribo este papel a media tarde y padezco un hambre de un par de cojones, si ustedes me disculpan la desgraciada expresión; muchísima hambre, vamos. Y el disgusto que tengo lo remito al mosqueo y al rebote sobre la estupidez que practican los políticos indecentes. Así, de este modo, sumo dos enojos y me siento mejor, más realizado, menos frustrado. Al final de la campaña me voy a calzar unas kokotxas de padre y muy señor mío, mientras espero, con ilusión, la nueva campaña (municipales y europeas) que, este año, viene al cabo de solo quince días desde la actual. ¡Olé, olé!

Ya están todos, otra vez más, dispuestos a ganar.

Una pura delicia.


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