OPINION

Hartazgo

Francisco Gilet | Miércoles 17 de octubre de 2018

No cabe duda alguna; usar tal término de poco servirá, excepción hecha del goce que pueda producir teclearlo. Para empezar, es casi una perogrullada decir que estamos en manos de un gobierno esclavo de su ambición y por lo tanto servil a esa codicia. Aunque, es dado no callar el que, en gran medida, la existencia del presidente del gobierno actual — doy por repetida hasta diez veces la afirmación hecha ante Ana Pastor — es un fiasco más del actual registrador de la propiedad. Pues bien, con una falta absoluta de respeto hacia los millones de votantes no socialistas, el hombre que desea ser sal de todos los platos, logró la ocupación de la Moncloa, y, sin miramiento democrático alguno, comenzó mintiendo y sigue en el tajo. Y cuando unos miles de ciudadanos le llaman «ocupa», sus ministras saltan a defenderle, diciendo que esos gritones faltan al respeto a las instituciones, a la democracia, al Presidente del Gobierno — desde aquí, el saleroso —. Aunque la ministra Robles con su llamada al respeto, no recuerda el menosprecio a los millones de votantes no socialistas, ni independentistas, ni comunistas que no votaron un gobierno ni independentista ni separatista ni pro etarra. A esos votantes sí se les ha faltado al respeto. En contraposición, sí se consideran respetuosos los escraches a Cifuentes, o Soraya o la bofetada a Rajoy, por la sencilla razón de que salieron de la filas de los progres y no de las hordas «fascistas». Y es que, para no estar harto, hay que mover la vara de medir a conveniencia de la progresía.

Por descontado que sacar a relucir el ridículo que el subconsciente empuja al saleroso, también es una falta de respeto. El protocolo, algo propio de la burguesía, debe ser borrado del mapa, junto con el actual Jefe del Estado, para instaurar una república sin ujieres. Para el amo del saleroso, el de la dentadura de marfil, el voto es lo único válido y eficaz, salvo cuando una moción de censura destructiva le convierte en dueño y señor del ejecutivo. A partir de ello, el presumir que los PGE son una obra suya le excita hasta la levitación. Ufano él, sus insultos surgen sin tregua contra todo aquel que no comulga con el ideal bolchevique. Y así, harto está uno de leer que los Acuerdos entre «Gobierno de España» y — ¡Sin complejos! — el «Grupo Parlamentario Federal Unidos Podemos, En Comu Podem, En Marea», nos traen de la mano unos presupuestos frente populistas, o sea, socialistas, comunistas y anarquistas, fabricadores de un país de vagos, burócratas y subsidiados y con más deuda.

Y tal guiso, no podía dejar de gozar de la presencia del feminismo, del anticlericalismo y del ansia de eliminación de la monarquía para dar paso a esa obsesión por la igualdad de género, por la intromisión en la intimidad de la ciudadanía, por la inclusión — ¡carallo! — de la perspectiva de género en el sistema tributario y por el incremento de gasto e impuestos. Dolerá, pero lo digo: Franco le dijo al general enviado por Nixon que, después de él, no sucedería nada grave. La razón estaba en que él dejaría algo que no encontró cuando el levantamiento, una clase media. Pues, el giboso y el saleroso van a por ella, con más impuestos, más burocracia, más gasto, más prebendas, más subsidiados, más adoctrinamiento social, más paro, más mordazas y menos libertades. Hay que inducir al caos, dando por supuesto que después de él vendrá la salvífica dictadura republicana, con el apoyo incontable del Soros y los suyos, llámense Ferreras, Griso, Fortes … No son todos, pero sí lo parecen, porque ellos, para la Robles, son respetuosos cuando gritan, cuando lanzan sus diatribas contra el trapo, contra la pachanga, contra la corona (sic), contra la Cruz, contra la Empresa, contra el español, contra la Reconquista, contra el Descubrimiento americano, contra la propiedad privada, contra el patrimonio familiar. En esos momentos, todos ellos, sí se sienten respetuosos, aunque no les hayamos votado millones de españoles que deseamos que las ofensas a sus sentimientos religiosos sigan penalizados — como en Alemania, Bulgaria, Suecia, Rumania, Austria, Finlandia, Portugal…—, o que las injurias a la Corona — en mayúscula ─ sigan tal cual están en el C. Penal, por respeto a la institución que en 1978 nos dimos los españoles de forma mayoritaria, incluso en Cataluña y en el País Vasco.

Ni el saleroso ni el bolchevique se han dado cuenta de que el odio entre vecinos fue la causa de la contienda civil del pasado siglo, que convirtió en ultra derechista, clerical y fascista a todo aquel que no escondía su fe. Ahora son «ultra católicos» que deben ser arrinconados al Gulag social por el ateísmo. Y entretanto Maduro deja que se caigan opositores por las ventanas de su Stasi, la derecha brasileña avanza, la Alianza por Alemania sigue subiendo, y Vox ya se hace presente en Vista Alegre, antes plaza bolchevique. España es un país de extremos, y estos, en ocasiones, no se atraen, sino que se hartan y rebotan.