Inaudito, en cierta medida, que un político sea recriminado en sus actuaciones con un calificativo cual «imbécil». Pero…, si Zapatero no ha brillado precisamente por su magnificencia intelectual, el presidente Sánchez y sus ministras y ministros, no le anda a la zaga en su infructuoso deseo de trasladarle a la sociedad la sensación de que son un gobierno. A partir de ahí lo difícil es añadir un calificativo que adorne la acción del supuesto gobierno, dada la riqueza de nuestro castellano. Tomada la decisión, el término elegido no puede ser otro sino «ridículo», un gobierno ridículo, lleno de engreimiento y absurda estulticia política. Este hombre, el que lleva camino de plagiarse a sí mismo, en cien días ha sido incapaz de darse cuenta de que anda hacia el más increíble de los fracasos: camina hacia el precipicio del hundimiento de todo cuanto está rozando. Y ello con la ayuda inestimable de un grupo de amiguetes que sueñan éxitos, cuando reparten pesadillas.
Fue Cunillera, ese rostro imposible de contemplar más de un segundo, la que abrió el fuego del indulto a los golpistas. Poco le importa que su aplicación solamente pueda afectar a delincuentes sentenciados como culpables. Ella, a lo suyo, a dar la nota y a demostrar que su ignorancia no tiene fronteras. Por descontado que, acto seguido, la vicepresidenta Calvo, otra figura, siguió su senda y ya habló de que la calle era el sitio adecuado para los Jordis y compañía. Borrell, no podía quedarse atrás y mencionó, enfáticamente, unas medidas diferentes a la prisión. Montero, otra que tal baila, se sumó al club del indulto. Mientras «la Lola», enfrascada en otros menesteres, patinando primero con lo del juez Llarena, cogida in fraganti con el ex magistrado Garzón y el inculpado Villarejo, cesa a su jefe de prensa por aquello de la falta de confianza y ve aproximarse el «apoyo total» de su Jefe Supremo. En estos momentos, con la asistencia de Marlaska, de Calvo y de la Abogacía del Estado, se ha urdido, con el beneplácito del insípido Sánchez, la treta más descarada, propia de un gobierno soviético o venezolano; aprovechar una ley tan inservible como la de la lucha contra la violencia de género, para abortar las competencias del Senado; resultado, fracaso por impedimento legal. Obviamente, la ministra Delgado, «la Lola» para los amigos, o enemigos, ha dejado en el cajón de los recuerdos las sentencias del T.C. que declaran nulas, ilegales, tales triquiñuelas, y no en una ocasión, sino en siete. Pero, el caminar hacia el ridículo no merece ningún reproche al presidente, él apoya hasta que cesan o dimiten, a sus compañeros de mesa gubernamental. El presidente tiene que satisfacer a sus supuestos amigos que le colocaron en la Moncloa, dándoles todo el pienso que reclaman, desde el dominio de la TVE, para la pertinente purga al estilo soviético — pero de cimientos franquistas, según la Mateo—, como el incremento del déficit para regar territorios ideológicamente próximos, como la autoridad portuaria valenciana de Compromis. En el ínterin, proclama, con todo el énfasis que le permite su engolada voz, que en sesenta días modificará la Constitución tocando los aforamientos, reclamo histórico del pueblo, según él. Sin embargo, a la hora de la verdad, no aprueba documento gubernamental alguno, sino que expide al Consejo de Estado una simple instancia para saber cómo debería redactarse la norma. Y ahí está la Mª Teresa de las mil caras para solucionarle el problema. Igual saldrá un trasunto del informe de la Calvo sobre la Catedral de Córdoba que, desdiciéndose de sus actos en 2006, cuando reconocía la titularidad del Cabildo, pretende ahora recuperar lo que nunca ha sido del Estado, ni tan siquiera bien público. Pero, claro, hay que alegrar la vida de una secta, cuyos miembros también votan.
Es un galopar desde lo ridículo hacia lo grotesco. Y es que la recopilación está siendo de traca; subida de impuestos para contentar el totalitarismo de Podemos; ceguera y mutismo de Calviño ante la caída del consumo interno, de las exportaciones, de la confianza empresarial y de la cartera de pedidos, amén de un repunte en el paro. Y todo ello mientras Barcelona ya es considerada la ciudad más insegura de España, con algaradas independentistas diarias, manifestaciones alentadas por la Generalitat, ocupación de vías y plazas públicas, megafonía incitando a la rebeldía civil, jactancia de los políticos por el destrozo de vehículos de la Guardia Civil, conmemoración de acciones violentas de los CDR contra la Policía. ¡Si hasta un monje pide un «un ejercito republicano»!. Pues bien, para el presidente Sánchez todo ello se soluciona como diálogo y más «empatía», es decir, con más «Capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos», DRAE. O sea que Sánchez arde en deseos de identificarse y compartir los sentimientos de Puigdemont, de Rufián, de Tardá, de Torra, de los Jordis y de hacer suyo eso de que los españoles somos «bestias» con un «bache en nuestro ADN». Si a ZP le han endilgado que no haga más el imbécil, Sánchez debe creerse que todos los restantes españoles somos efectivamente estúpidos, capaces de tragarnos todas sus trolas, mentiras y triquiñuelas propias de un trilero que mueve los cubiletes sin que haya bolita alguna.
Con tales personajes y tales hechos se han sepultado, lamentablemente, las palabras de Alfonso X el Sabio; «E sobre todas España es abundada en grandeza; más que todos preciada por lealtad».