El anuncio por parte de la Comisión Europea de que recomendará el cese del doble cambio horario anual, los denominados horarios de verano y de invierno, de acuerdo con el resultado de una encuesta en la que han participado más de cuatro millones de ciudadanos de la UE, que se han mostrado muy mayoritariamente contrarios a los cambios y, sobre todo, con la opinión igualmente contraria cada vez más generalizada entre científicos y especialistas en biorritmos, ha sido recibida positivamente por la mayoría de la opinión pública europea.
La razón fundamental argüida en su momento para explicar el adelanto de una hora durante el horario de verano, que se inició en 1974, fue la del ahorro energético que suponía, necesario debido a la crisis provocada por el brutal, para la época, incremento de los precios del petróleo establecido por la OPEP en 1973. La inmensa mayoría de los países europeos y muchos otros del resto del mundo acabaron adoptando la medida y la UE promulgó en el año 2000 una directiva que establecía la obligatoriedad del cambio, así como homogeneizaba las fechas del mismo en los últimos fines de semana de octubre y abril.
Hay muchos expertos economistas que cuestionan seriamente el supuesto ahorro energético que, aunque sí fue evidente hace cuatro décadas, no lo es tanto hoy en día. Por otra parte, hay muchas opiniones de expertos en salud que sostienen con fundamento que el cambio horario resulta perjudicial para muchas personas, a las que les provoca una importante alteración de sus biorritmos, especialmente niños y personas mayores.
Así pues, parece que existe un consenso bastante generalizado de que los perjuicios son muy superiores a los potenciales mínimos beneficios económicos y que ha llegado el momento de que los cambios cíclicos de hora bianuales pasen a ser un recuerdo histórico. Pero coincidiendo con el anuncio, el presidente de la comisión, el inefable Sr. Juncker, dejó caer que el horario definitivo sería el de verano, esto es, el que está más avanzado respecto de la hora solar, aquel en el que amanece y anochece más tarde.
Tal medida sería, al menos para España, un despropósito absoluto, ya que nos colocaría dos horas por delante del que debería ser nuestro horario, que es el de invierno en el meridiano de Greenwich. Muchos expertos opinan, con razón a mi parecer, que el horario centroeuropeo no es el que nos corresponde y que deberíamos seguir el horario europeo occidental, que es el del Reino Unido, Irlanda, Portugal y las Islas Canarias. Geográficamente parece lógico, el meridiano de Greenwich atraviesa la península ibérica entrando por Huesca y al este solo queda una pequeña parte de Aragón, Cataluña, las Islas Baleares, una parte del norte de la provincia de Castellón y el cabo de la Nao en el municipio de Jávea en Alicante. Todo el resto de España queda al oeste del meridiano.
De hecho España seguía ese horario, hasta que Franco lo cambió en 1942, para igualarse a la hora de Alemania. Existe una corriente de opinión bastante extendida que promueve el cambio de huso horario al del meridiano de Greenwich, lo que permitiría adoptar unos horarios más racionales, mejor adaptados a los biorritmos de la especie humana y que permitirían una mejor conciliación laboral y familiar.
Las especies biológicas, y en concreto la humana, hemos desarrollado a lo largo de millones de años de evolución un reloj biológico adaptado a ciclos temporales de 24 horas, los denominados ciclos circadianos, que regulan la adaptación del cuerpo a las necesidades de las distintas actividades que desarrollamos en cada fase del ciclo diario. Nuestra especie en concreto ha desarrollado un ciclo de actividad diurna y descanso (sueño) nocturno. Para despertar el cuerpo utiliza la luz, que al ir haciéndose más intensa a medida que avanza el amanecer induce los cambios metabólicos que preparan el cuerpo para el despertar y la fase activa del ciclo. Para dormir, para el descanso, por el contrario, necesita oscuridad, que propicia la producción de melatonina, que es inductora del sueño.
Dicen el Sr. Juncker y la comisión que este horario favorecería la actividad al haber más horas de luz por la tarde, pero lo que no dicen es que las horas ganadas por la tarde se pierden por la mañana. En los países centroeuropeos, que tienen menos horas de luz y están en su huso horario, puede que sea favorable, es dudoso pero posible, pero en España que no estamos en nuestro huso horario, tendría efectos nefastos, a no ser que cambiemos ya al horario del Reino Unido y Portugal, que es el que nos correspondería.
Si nos mantenemos en el huso horario actual, el sol saldría durante gran parte del invierno entre las ocho y media y las nueve o nueve y cuarto de la mañana. Y si al atardecer el sol se pone más tarde para “poder hacer actividades al aire libre”, cada vez cenaremos más tarde y nos iremos a dormir más tarde. No será posible que los niños, ni los adultos, vayan a dormir a una hora adecuada, porque la presencia de luz no permitirá que el cuerpo se prepare para el sueño. Y por la mañana, los niños a las siete y media o las ocho, siendo noche cerrada, no se despertarán ni a palos. E irán al colegio siendo de noche y empezarán las clases de noche, perfectamente adormilados y sin ninguna posibilidad de aprovechamiento académico antes de las diez o las once.
Todas estas consideraciones es probable que no preocupen mucho al Sr. Juncker, que parece vivir en una permanente bruma espiritosa, pero sí deberían preocupar a nuestros gobernantes, a no ser que quieran que seamos una sociedad de juerguistas noctámbulos que batamos todos los récords de costumbres horarias tardías de nuestro entorno.