Soy un “simétrico” de padre y muy señor mío; o, si lo prefieren, de tomo y lomo. Bueno, aclaremos algunos conceptos: no es que un servidor sea “simétrico”, que también, sino que pertenezco a esa raza de personas que aman profundamente la simetría, siguiendo, de forma estricta, su esencia básica que consiste en la correspondencia exacta en forma, tamaño y posición de las partes de un todo con relación a un centro, un eje o un plano. La palabra simetría proviene del griego σΰν (con) y μέτρον (medida) y, en cuanto a las personas que no tienen ni la más pajolera idea de geometría básica no voy a perder ahora miserablemente mi tiempo en dar explicaciones sobre cuestiones técnicas que no les van ni les vienen. A esas personas de escaso techo intelectual les diré, eso sí, que la simetría es de aquellos conceptos que son mucho más fáciles de ver que de explicar. Para que se hagan una idea, nuestro ojo reconoce la simetría de forma natural. Así, una mariposa espachurrada, un simple avión, la fachada del Taj Majal o la columnata de Bernini en el Vaticano, para no ir tan lejos, e incluso nuestro propio rostro, son ejemplos clarísimos del fenómeno sobre el que estamos tratando. Y ya que estamos en ello, a algunos de ustedes, los más preparados para la vida moderna, les vendrá a la mente la famosa imagen del “Hombre de Vitruvio” que dibujó Leonardo da Vinci en 1487 y que muestra, con todo detalle la simetría del cuerpo humano.
Yo he creído siempre -y sigo creyéndolo- que la simetría es el orden frente al caos. Dicho de otra manera, entiendo que lo asimétrico es lo que más se asemeja al desorden total y absurdo. Porque sí, señores, el caos es lo más absurdo del Universo; y además, es inútil, es decir que no sirve para nada. Del desorden jamás ha nacido nada mínimamente positivo. Es más, según mis profundas creencias teológicas, el Universo, en un principio, era el Caos y tuvo que ser Dios, Nuestro Señor, quien pegara un puñetazo sobre la mesa celestial y se dispusiera a poner orden al monumental desbarajuste cósmico que reinaba en aquellos tiempos remotos; ¡vaya que si remotos! Claro está que a Dios -después de su rotundo golpe de mano- tampoco es que le saliera redonda la operación y si alguien lo pone en duda no hay más que ver cómo le quedó la cosa: un desaguisado como la copa de un pino; un puto desastre. Dios nos legó un Universo injusto, desigual (o séa, asimétrico por doquier), relleno de maldades y crueldades y, aún por encima, con unos cuantos catalanes pululando y tocando los huevos y un Trump feo y también asimétrico mentalmente en un rincón del planeta Tierra. Así no se va a ninguna parte. El propio Creador, viendo cómo le había salido la jugada, lo dejó correr y se prejubiló; de ahí tantos ateos.
Políticamente, yo soy partidario de una dictadura simétrica como forma de gobierno. Es decir, el que se salga (ni que sea un milímetro o un segundo) de la simetría total, pues nada, fuera y a tomar viento; y a otra cosa mariposa. Expulsión, sin ambajes, de los asimétricos o de los que practiquen, de manera consciente, la asimetría.
En mi casa, para poner un ejemplo, la simetría es la base principal de mis actuaciones: mis muebles, mi baño, la cocina y sus cacharros, la terraza, las mesitas, las lámparas, todo, todo guarda una simetría sublime. Cuando pongo la mesa, todos los objetos que intervienen en la operación respetan las leyes de la simetría de manera absoluta: los platos, los cubiertos, las servilletas, el florero, las copas...
Pido y exijo a los gobernantes de turno que -en cuanto acabemos con la peste bubónica de los lacitos amarillos, prioridad total- se pongan al caso y empiecen a dictar decretos ley para dar más simetría a los ciudadanos.
Esta petición, esta exigencia, no es negociable.
¡Para nada!