OPINION

Cambios en el mapa de Europa

Emilio Arteaga | Martes 22 de mayo de 2018

En los últimos años, o dos o tres décadas, se viene repitiendo como un mantra por parte de determinados políticos, politólogos historiadores y comunicadores, el principio de la inamovilidad de las fronteras como básico y fundamental para la concepción moderna de las relaciones internacionales, especialmente en el ámbito europeo.

Tal parecería que los estados son entes inmutables, eternos, sin principio ni fin, que son por su propia esencia el bien último a preservar. Esta concepción, sin embargo, choca con la realidad. En el año 1900 había en Europa un total de 18 estados independientes, aparte de cuatro miniestados, Andorra, Liechtenstein, Mónaco y San Marino. En el año 2000, un siglo después hay en Europa 44 ó 45 estados independientes, según se cuente o no Kazajstán como estado europeo, lo que resulta un tanto extraño, puesto que es un país que se extiende por casi tres millones de kilómetros cuadrados de las estepas del Asia Central y solo una mínima parte formaría parte de lo que geográficamente se considera Europa, en el sur de los Urales hasta el mar Caspio. Europa no es ni geográfica ni geológicamente un continente independiente de Asia, por lo que cabe considerarlo un continente “cultural”. Desde esa concepción, con todos mis respetos para los kazajos, no parece que quepa considerar a Kazajstan como parte de Europa.

En cualquier caso, lo cierto es que en el curso de un siglo hemos pasado de 18 a 44 estados europeos independientes, más cinco miniestados, puesto que se ha añadido la Ciudad del Vaticano. Si los sumamos todos, el cambio ha sido de 22 a 49. Y el cambio se ha producido en todas las zonas de Europa, en el Oeste, en el Norte, en el Centro, en el Este y en el Sur.

El primer país europeo en independizarse en el siglo XX fue Noruega, que en 1905 decidió en referéndum restablecer la monarquía propia e independizarse de Suecia. El proceso fue pacífico y sin problemas relevantes.

Después de la Primera Guerra Mundial, con el hundimiento de los cuatro grandes imperios internos europeos: Alemán, Austrohúngaro, Otomano y Ruso, se produjo el surgimiento de numerosos nuevos estados, algunos tras periodos de inestabilidad e incluso de guerras locales: Polonia, Finlandia, Checoslovaquia, Hungría, Austria, Estonia, Letonia, Lituania, Yugoslavia (con el nombre inicial de Reino de los serbios, croatas y eslovenos), la república de Turquía y Albania, que se independizó antes, en 1912.

Islandia, que era una dependencia danesa, firmó un tratado temporal de soberanía pero de unión con Dinamarca en la persona del rey, que caducaba a los 25 años, en 1943. En 1944, con Dinamarca ocupada por la Alemania nazi, los islandeses, protegidos de la invasión nazi por tropas estadounidenses establecidas en la isla, votaron en referéndum la separación definitiva de la corona danesa y la independencia total. Las islas Feroe, otra dependencia danesa, fueron ocupadas por ejército británico también para evitar la invasión nazi. Al acabar la guerra, en 1945, también hicieron un referéndum de independencia en el que ganó el sí. Sin embargo Dinamarca no lo reconoció y se reanexionó las islas que ya habían sido abandonadas por las tropas británicas ya que, a diferencia de Islandia, una vez terminada la guerra carecían de valor estratégico relevante.

Por su parte Irlanda, tras años de conflictos y guerra siguió un largo proceso hacia la independencia desde la firma del tratado angloirlandés de 1921 hasta la independencia definitiva del Reino Unido en 1949. Chipre y Malta se independizaron del Reino Unido en 1960 y 1964 respectivamente.

Finalmente, en los años 90, la desmembración de Checoslovaquia, de la Unión Soviética y de Yugoslavia dio lugar a dieciocho nuevos países europeos, o diecinueve si se considera Kazajstán, entre ellos Estonia, Letonia y Lituania, que recuperaron la independencia conseguida tras la Primera Guerra Mundial y perdida en la Segunda Guerra Mundial, en la que fueron primero invadidas por Alemania y después anexionadas por la Unión Soviética. La división de la Unión Soviética fue básicamente pacífica, excepto un breve guerra en Lituania, pero no la de Yugoslavia, que vivió un corto episodio bélico en Eslovenia y largos y sangrantes conflictos en Croacia y Bosnia-Herzegovina y posteriormente en Kosovo. El apoyo a la independencia de Eslovenia y Croacia por parte de Alemania resultó definitivo para su reconocimiento como países independientes.

Y precisamente Kosovo es hasta ahora, el último país independiente que se ha añadido a la lista en Europa, ya que declaró unilateralmente su independencia de Serbia en 2008, tras un largo periodo de guerra entre los guerrilleros albanokosovares y el ejército serbio y un intento de limpieza étnica por parte del gobierno de Milosevic, que provocó la intervención de la OTAN y la colocación del territorio bajo supervisión de la ONU y la celebración de un referéndum no reconocido por el gobierno serbio pero avalado por Naciones Unidas y que ha sido reconocido por muchos países, entre ellos Estados Unidos, Alemania, el Reino Unido y Francia. España es de los pocos países que aun no lo ha reconocido.

Y quedan algunos casos pendientes. La república Turca del Norte de Chipre, constituida tras la invasión de la isla por el ejército turco en 1973 y proclamada en 1983, reconocida solo por Turquía y los cuatro territorios exsoviéticos que han declarado la independencia unilateral, Nagorno-Karabaj, también conocido como República Arstaj, de Azerbaiyán, Transnistria de Moldavia, y Abjasia y Osetia del Sur de Georgia y el caso especial de Crimea, que se declaró independiente de Ucrania y posteriormente solicitó la unión con Rusia. Ninguno de estos territorios ha sido reconocido por casi ningún país del mundo, pero cuentan con la protección “de facto” de Turquía o de Rusia y funcionan como países independientes.

Así pues, está claro que en el transcurso de un siglo se ha producido un cambio radical en el mapa político de Europa, en el que muchos pueblos han conseguido su libertad e independencia. En algunos casos la independencia se ha producido de manera pacífica y ordenada, en otros tras conflictos armados o guerras más o menos largas y sanguinarias y en otros como consecuencia de conflictos supranacionales, como las dos guerras mundiales o procesos geopolíticos de largo alcance, como el hundimiento del comunismo.

Y el proceso no ha terminado, como lo prueba los casos aun no resueltos del norte de Chipre y de los territorios bajo protección rusa de Transnistria, Nagorno-Karabaj, Abjasia y Osetia del Sur, e incluso el conflicto del Donbás en el este de Ucrania, con las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk.

Lo que todos estos procesos han demostrado es que las declaraciones unilaterales de independencia necesitan del apoyo de alguna potencia relevante, ya sea Estados Unidos en el caso de Islandia, Alemania en el caso de Eslovenia y Croacia, la ONU en Kosovo, Turquía en el norte de Chipre o Rusia en los territorios ya mencionados. Sin un soporte externo suficiente sucede como en el caso de las Islas Feroe, que a pesar de ganar un referéndum de independencia, Dinamarca no lo aceptó y las reanexionó.


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