OPINION

Erdogan, genocida apadrinado por la UE

Emilio Arteaga | Martes 20 de marzo de 2018

El ejército turco, junto con algunos miembros de los restos de los milicianos de la oposición árabe suní siria, ha culminado la ofensiva sobre Afrín, conquistando la ciudad y todo el territorio de ese enclave del noroeste de Siria, así como procediendo a una limpieza étnica en toda regla, expulsando a sus pobladores kurdos y de otras etnias minoritarias, con la intención de repoblar la zona con árabes sunís desplazados de otras partes del país.

No podía ser de otra manera, teniendo la abrumadora supremacía militar turca, frente a la que las fuerzas kurdas de autodefensa, pese a su valor y a su demostrada capacidad operativa, no podían hacer nada más que lo que han hecho, resistir para permitir la salida de la población, a fin de evitar un más que probable genocidio, y después retirarse para no ser machacados y prepararse para una larga temporada de hostigamiento guerrillero contra la ocupación turca.

La invasión turca de Afrín es una violación de todas las leyes y convenciones internacionales, que Erdogan ha llevado a cabo con la complicidad cobarde y miserable de la Unión Europea y los Estados Unidos. El ejército turco ha invadido un país vecino y atacado a su población sin que haya mediado ningún tipo de agresión que lo justifique. Las alegaciones turcas de que es una operación contra terroristas kurdos que ponen en peligro su propia seguridad son ridículas. No ha habido ni una sola acción de los kurdos sirios contra Turquía ni contra intereses turcos. La invasión solo responde a la necesidad de Erdogan de cohesionar a su país a su alrededor, inventando un enemigo externo a fin de exaltar el nacionalismo turco y tapar su deriva autoritaria y su política de purga sistemática de toda oposición y de conculcación sistemática de los derechos civiles de sus ciudadanos, a la vez que lanza el mensaje de advertencia a sus vecinos de que es la potencia regional dominante.

Erdogan ha aprovechado que el ejército sirio y sus aliados rusos están concentrados en el infame sitio de Guta Oriental y no pueden desviar efectivos hacia el norte kurdo, aparte de que El Assad no deja de tener sus recelos hacia los kurdos y sus aspiraciones de autonomía y, posiblemente, de independencia y unión con el Kurdistán iraquí, que es, por otra parte, la peor pesadilla del presidente turco y uno de los motivos de su intervención. Pero todo ello no justifica la invasión militar y la limpieza étnica practicada por Turquía en el Kurdistán sirio, denominado Rojava por los kurdos, conculcando todas las leyes y principios internacionales y procediendo con total desprecio hacia los derechos humanos y las vidas de centenares de miles de personas.

Y los Estados Unidos, aliados de los kurdos, que, no hay que olvidar, han sido los auténticos artífices de la derrota de Estado Islámico en Siria, demostrando una capacidad operativa sobre el terreno infinitamente superior a la del ejército gubernamental sirio y los grupos armados de la oposición árabe suní, han preferido mirar para otro lado y no incomodar al aliado turco, en un momento difícil de las relaciones entre ambos países y han abandonado vergonzosamente a su suerte a los kurdos de Afrín.

Y, ¿qué decir de la Unión Europea?. Los líderes europeos, prisioneros de su mediocridad, su incompetencia, su cobardía, su carencia de impulso ético y su mezquindad han guardado un silencio tétrico y culpable, preocupados de no molestar al déspota turco, para no poner en riesgo el infame acuerdo que tienen firmado con él, para que Turquía impida el paso hacia Europa de los refugiados e inmigrantes, a cambio de miles de millones de euros e ignorar sus desmanes contra sus propios ciudadanos.

Y no solo guardan silencio ante las operaciones de limpieza étnica de Erdogan, sino que le premian con unos cuantos miles de millones de euros más, para seguir manteniendo el acuerdo de contención del flujo de refugiados hacia Europa.

La Unión Europea ha perdido toda la autoridad moral que algún día tuvo, sus infames e indecentes líderes actuales han dinamitado cualquier condición de referente ético que la UE podía pretender ejercer en la escena internacional. Nos hemos convertido en un continente envejecido, acobardado, temeroso y timorato, que ha renunciado a la práctica real de los principios éticos y morales que dice defender en teoría y que, en la realidad, ha sustituido por la desconfianza y el miedo hacia los inmigrantes y una gran parte de la población europea y sus políticos directamente por la xenofobia y el racismo. Un continente esclerosado que pretende blindarse, encerrándose en una concha protegida por agentes externos, Turquía, Libia y los que sean necesarios, a cambio de ingentes cantidades de dinero y cerrando los ojos a los abusos, violaciones, torturas, esclavismo y comercio de seres humanos a los que los migrantes son sometidos por las mafias libias, egipcias, turcas y tantas otras.

El presidente ruso Vladímir Putin, otro déspota que ha conseguido la reelección como presidente para los próximos seis años, en unas elecciones que no son ningún ejemplo de democracia, pero que ha ganado de forma abrumadora con más de cincuenta millones de votos, más o menos el 75 % de los sufragios emitidos, tiene razón cuando acusa a los europeos de hipócritas y decadentes. Él al menos no pretende ser más de lo que es, no aspira a ser referente moral, aspira a que Rusia vuelva a ser considerada como gran potencia mundial y, como tal, respetada y temida. Quizás por eso se entiende bien, a nivel personal, con Erdogan, que aspira exactamente a lo mismo para Turquía como potencia regional.

Y los dos, y también el presidente Trump, sienten un infinito desprecio hacia los líderes europeos, a los que consideran débiles, pusilámines e irrelevantes. Y tienen razón.