No logro comprender cómo existen algunas personas -por fortuna el número es razonablemente escaso- a quienes no les parece aceptable la política que está aplicando el actual presidente de Estados Unidos de América, Donald Trump. Desde hace bastantes años yo andaba de iglesia en iglesia rezando para que el Señor nos enviara a la Tierra un hombre (sólo podía ser un hombre: bastante trabajo tienen las féminas con sus labores domésticas) capaz de imponer sus ideas al servicio de la humanidad entera; un auténtico político, vaya, que se preocupara por los problemas reales de la sociedad, por sus necesidades y sus legítimos anhelos. Finalmente, Dios Todopoderoso ha hecho caso de mis oraciones (y de mis velas, que me han costado una pasta gansa) y hace un año fue elegido presidente del país más potente del mundo mister Trump, Donald para los amigos, parientes, afiliados y votantes yanquis republicanos. Ahora, después de su primer año de mandato, su brillante política está dando sus primeros frutos y el reconocimiento universal ya le ha coronado con laureles y gloria excelsa.
Donald es un macho con la cabeza bien amueblada y el cerebro intenso y refulgente. Desde el punto de vista puramente estético es un auténtico gentleman, con un dominio perfecto de su físico, un notable control de sus movimientos corporales y un destacado sentido de la elegancia (innata, seguramente) exhibida con naturalidad desde su original peinado hasta sus corbatas; en este caso, el hábito sí que hace al monje.
Ya, si nos adentramos en su línea mental, se hace complicado encontrar elogios suficientes para alabar sus dotes excepcionales (también innatas, seguramente) y su colosal capacidad para expresar sus ideas, sus pensamientos, su códico ético y, finalmente, su política tan lejos de la mediocridad general, con la excepción de otro monstruo de la gobernancia global como el Presidente del Partido de los Trabajadores de Corea del Norte y también Presidente de la Comisión de Defensa, Kim Jong-un (hay que recordar que el cargo de Presidente del Estado quedó, para siempre, en manos de su padre Kim Il-sung con el título decisivo de Presidente Eterno de la República).
Donald es un hombre de verbo locuaz y algo parlanchín, lo que no le quita que sea un hombre de palabra. Lanza sus ideas al vuelo con distinción, cual águila real surcando el cielo etéreo. Su sinceridad es proverbial: ni miente ni se calla nada; libera todas sus opiniones sin pizca de presunción u ostentación. La prueba irrefutable son las últimas declaraciones en las que se ha referido a la necesidad de no admitir inmigrantes que procedan de “países de mierda” (sic). ¡Olé! Cuántos miles de millones de personas en el mundo han aplaudido estas acertadas palabras... Trump ha dejado las cosas claras en veinte segundos. La gran mayoría de humanos -políticos incluidos- piensan exactamente lo mismo pero nunca se habían atrevido a pronunciarlo en público; de hecho, todo el planeta, salvo los habitantes de esos países de mierda. Pura lógica. ¿Qué beneficio aportan los habitantes de estos lamentables estados a las sociedades occidentales opulentas y desahogadas? Ninguno. La realidad es que son una rémora para su economía y, asimismo, representan una pesada carga en su desarrollo social tradicional. Por el contrario hay que ir hacia una política de inmigración efectiva y conseguir que “entren” en nuestros respectivos países ciudadanos nórdicos (europeos blancos, claro, escandinavos a poder ser), que son los que contribuyen a reforzar la raza y a aumentar su riqueza material y espiritual. O sea que un gran aplauso para nuestro querido Donald, que ha dado en el blanco del avance de la Humanidad.
No me ha quedado espacio para glosar algunas otras de sus decisiones que harán que la felicidad y la concordia alcancen límites hasta hoy insospechados, como el muro con México o la pugna con su amigo coreano, otro crack.
El ínclito científico Albert Einstein dijo en cierta ocasión: “no sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero lo que es seguro es que la Cuarta será con piedras y lanzas”. Y yo, mientras tanto, me felicito por haber empujado a Donald Trump hacia el poder total, ya que él puede ser la pieza clave que nos haga llegar, directamente, a la Tercera Contienda Global. Después, ya se verá...
A verbis ad verbera (de las palabras a los palos).